Mi Cristo Roto de casa en casa.
Colocada en mi despacho la imagen del Cristo sin restaurar, di por terminada mi aventura. Y a manera de conclusión escribí y publiqué un libro “Mi Cristo Roto”, olvidándome que con Cristo siempre puede suceder lo impredecible.
El libro se hizo famoso y luego vinieron las traducciones, y el disco y sus traducciones. Visitaba lugares remotos y me sorprendía que hasta en esos lugares la gente conocía “Mi Cristo Roto” de Ramón Cue Romano, sj.
Empecé a recibir cartas y cartas, casi todas de agradecimiento que me confundían y avergonzaban. Yo solamente había querido comunicar la enorme lección que Mi Cristo Roto me había dado.
Pero muchas personas me escribían pidiéndome una foto auténtica de la imagen; otros llegaban a mi casa con la súplica de conocer, besar y fotografiar al famoso Cristo Roto.
Al principio yo lo concebía todo jubilosamente pues me parecía que eran pruebas de cariño y agradecimiento a Cristo, hasta que de las cartas la gente pasó a más y empezaron a pedirme que les prestara la imagen… acompañándola yo, naturalmente, para llevarla a casas donde un dolor físico o moral reclamaba el consuelo de Mi Cristo Roto.
Pero ante tales peticiones yo me negaba siempre, alegando el primer pretexto que tuviera a mano. Y es que yo, francamente, temía que la imagen ya de por sí tan mutilada y frágil, sufriera aún más. Algunas manifestaciones eran tan fervorosas que llegué a pensar que había quienes no entendieron el mensaje del libro, y como no lo iban a entender si “Él a los suyos vino, y los suyos no lo recibieron”.
Si alguna vez dudaba de mi decisión de no prestarlo, volvía la mirada a Mi Cristo Roto. Él callaba. De su silencio me alegraba íntimamente, lo tomaba como si me estuviera dando la razón.
Yo no quería prestar de ninguna manera de Mi Cristo Roto y que anduviera ahí nomás de casa en casa. Y es que a fuerza de repetir esa expresión “MI Cristo Roto”, ese pronombre posesivo MIO había echado raíces hasta lo inaccesible de mi ser, creando en mí consciente e inconscientemente un sentimiento inalienable de un derecho incontrovertible de absoluta posesión sobre MI Cristo Roto. ¿No lo había encontrado YO? ¿No lo había comprado YO con MI dinero? ¿No había escrito y publicado YO el libro? ¿Acaso no era YO el que había resistido y dominado aún en contra de su voluntad, a restaurarlo y a dejarlo como nuevo?
Sin embargo, yo notaba en el ambiente que mi postura estaba resultando odiosa y yo antipático. Y un día escuché al pasar, este comentario: “¿Qué se habrá creído el padre? ¿Qué Cristo es suyo? Si Cristo es para compartirlo, para prestarlo”.
Con eso comprendí que Cristo, que el Cristo Roto, había llegado a mi vida por alguna u otra razón.
Cristo organiza su oficina.
En cuanto la gente cayó en la cuenta el hielo obstinado de mi resistencia se había roto, empezaron a multiplicarse las invitaciones personalmente y por teléfono.
Al principio todo era improvisado, yo tomaba nota de cada uno de los casos y se lo comunicaba a Cristo y Él formulaba la decisión: aceptar la decisión o no. A veces me decía “ya veremos”, otras veces me pedía que conservara escrita la invitación con todos los datos.
Pronto advertí que aquello necesitaba una auténtica organización de empresa moderna, así que consulté con un seminarista que me recomendó un software para el “manejo de clientes”. Esa idea la deseché porque no me pareció llamar a los hombres y mujeres que solicitaban a Cristo les ayudara a sobrellevar sus dolores humanos, clientes.
La cosa es que seguía apuntando las llamadas en tarjetas, pero me di cuenta que me urgía clasificar de alguna forma el diluvio de llamadas que nos solicitaban, hasta que me acordé de un conocido que era secretario de un ministro. Lo fui a ver y le pregunté:
-En confianza y estrictamente personal ¿Cómo clasifica usted la agenda del ministro?
-No es ningún secreto, padre. Yo suelo organizarla en estos apartados, poco más o menos así: reuniones o asambleas del partido, actos oficiales, conferencias de prensa y entrevistas y visitas de conveniencia, amistad y diversión. Creo que son todas… ah bueno no, no, no. Me faltan las más desagradables e incómodas pero inevitables, las de la gente que viene a pedir algo: recomendaciones, puestos de trabajo, pensiones, becas, atención en una clínica o sanatorio, ayuda para la restitución de derecho atropellado brutalmente…
-Y a este grupo numeroso ¿Cómo lo clasifica?
-A estas últimas visitas yo les llamo atracos, porque te sientes como atracado por la espalda por el cuchillo acuciante de un dolor ajeno, y al mismo tiempo indefenso como para remediarlo.
-¿Pero el ministro recibe estas visitas? A poco se deja atracar voluntariamente.
-¡No! Claro que no, padre. Las evito todo lo posible. De hecho, ese es mi papel. Yo soy el que lo defiende de tanto atraco. Por otra parte, son tantos los atracos que nos veríamos obligados a convertir al Ministerio en una oficina de caridad. ¿Comprende, padre? Bastante tiene el ministro con las otras visitas, las asambleas del partido, los actos oficiales, las conferencias de prensa y entrevistas y las visitas de amistad y diversión.
-Eh… Claro… Comprendí perfectamente. Muchas gracias.
Con esta orientación por delante me decidí a montar cinco ficheros de colores distintos: primeramente blanco para las reuniones o asambleas del partido, rosa para los actos oficiales, verde para las conferencias de prensa y entrevistas, anaranjado para las visitas de conveniencia amistad y diversión, y el gris para los “atracos”... Dudé mucho en aceptar este título pero después de intentar sustituirlo por otro, siempre volvía a él… atraco. Era mucho más expresivo y universal. Gris, un color sufrido, discreto y aburrido.
-¿Qué son esos ficheros de colores?
-Son los cinco apartados en que he dividido para organizar Tus futuras visitas.
-¿Cinco? A ver, léemelos.
Y se los fui leyendo, advirtiéndole al mismo tiempo a Cristo que cada fichero tenía su propio color para una clasificación más rápida. Blanco para las reuniones o asambleas del partido, rosa para los actos oficiales, verde para las conferencias de prensa y entrevistas, anaranjado para las visitas de conveniencia amistad y diversión, y el gris para los atracos.
-¿Atracos? ¿Qué quieres decir con esa palabra?
-Pues… no sabía cómo englobar todos esos casos en un solo nombre y no encontré otra palabra más expresiva.
-¿Pero a qué casos te refieres?
-Pues a todas esas llamadas que ahora recibo y que solo son para pedirte algo: un problema, un dolor, una enfermedad… son tantísimas, tan difíciles de clasificar en una sola palabra que…
-…que tú las llamaste atracos.
Y le conté de mi entrevista con el secretario del ministro.
-O sea ¿Qué ahora que Yo soy el ministro y tú eres Mi secretario particular? ¿Y tenemos un fichero para los casos incómodos y molestos, los atracos? Será un buen aprendizaje para ti.
En eso sonó el teléfono.
-¿Sí? ¿Diga? ¿Sí? Habla el P. Ramón. Sí, dígame…
Y mientras hablaba, recordé la dulcísima voz de Cristo.
-¡Cuánto dista el Cielo de la Tierra! ¡Así distan mis pensamientos de vuestros pensamientos, y mis planes de vuestros planes! ¿Por qué querrán organizarme a Mí, Cristo, como a un ministro o potentado de la Tierra en vez de organizarse los potentados según Cristo.
Colgué. Y me acerqué a los cinco ficheros para estrenarlos. Rellené la primera ficha, que fue gris: un atraco, un dolor humano. El estreno no fue muy lucido. Menos mal que yo no soy supersticioso, hubiera preferido un verde o un anaranjado, todo menos el gris.
La segunda ficha que rellené también fue gris, otro dolor humano, otro atraco. Y la tercera, y la cuarta, bueno, así hasta llegar a veinticinco.
-Bueno –me resigné-. Mala tarde, matador. Paciencia, ya pasará la mala racha.
Pero la mala racha continuó, no salí del gris. El fichero de los atracos ya iba por la mitad. Estaba coleccionando puros dolores humanos y los demás, sin estrenarse todavía.
El teléfono. Bueno, como siempre. Contesté con otra ficha gris ya preparada.
-¿Diga? Sí, dígame. Sí, él habla.
Pero esta vez me había equivocado, no era un dolor ni un atraco. Todo lo contrario. Una voz, casi jubilosa con tono firme, de seguridad y dominio. No suplicaba, sino que por el contrario ofrecía… pero imponiéndose, como quien hace un favor.
Al colgar el auricular no sabía a qué fichero acudir ni qué color escoger. Estaba perplejo porque era una visita no prevista, ni oficial ni de prensa, menos de diversión, como que le faltaba cordialidad y afecto.
-Señor, no sé clasificar esta visita que me acaban de proponer.
-¿No será por la falta de ficheros? Tienes cinco. ¿Cuál es la duda?
-Pues verás, un matrimonio de la mejor sociedad, va a reunir en su casa a un grupo escogidísimo de personas: autoridades, aristócratas, artistas, financieros, intelectuales… y dan por hecho que Tú vas a asistir.
-Sigue.
-Eso es todo.
-Ahora comprendo que no sepas clasificar esa invitación. No la habías previsto y me extraña que no se hubiera presentado antes. Vas a tener que preparar un fichero especial para esa clase de invitaciones: invitaciones tontas.
-¡¿Cómo, Señor?! ¡¿Has dicho “tontas”?!
-Sí, tontas. No son malos ni buenos. Lo tienen todo y no les falta nada. Consiguen todos sus antojos y esta vez se han encaprichado en exhibirme ante sus amistades con grandes lujos. Son capaces de contratar una orquesta y un coro. No quiero clasificar más esa invitación. Escribe en un nuevo fichero “visitas tontas”. Va a haber muchas visitas de esta clase y ya te prevengo de antemano que no aceptaré ninguna. De todos modos, archívalas. Pero anda y contesta el teléfono que tiene rato sonando.
-Sí, Señor. ¿Diga? Sí, él habla…
Otra ficha gris, que hay una anciana paralítica que vive sola y que quiere conocer a Mi Cristo Roto y quiere rezar con Él en las manos. Un nuevo dolor humano para mi colección.
Al cabo de un mes y medio, aquella oficina inicial que yo había organizado para Mi Cristo Roto era radicalmente distinta. Se había simplificado y estaba adquiriendo ya su estructura definitiva. Los ficheros quedaron reducidos a dos colores solamente. Escogí amarillo para el fichero de visitas tontas que se fue llenando con más y más fichas de lo que yo hubiera imaginado y el gris de los atracos que ya llevaba dos cajas y ya iba por la mitad de la tercera.
Los otros ficheros quedaron eliminados. Definitivamente Cristo no asiste a actos oficiales porque ahí nunca lo invocan; no fue invitado a ninguna fiesta porque si lo invitaban, los anfitriones no hubieran podido “divertirse” a sus anchas; no reparte boletines de prensa ni da entrevistas porque de todas maneras lo van a malinterpretar; y tampoco asiste a las asambleas del partido, porque su partido “no es de este mundo”.
-Señor, veo que únicamente te buscan dos clases de personas. La masa infinita de los que te necesitan porque sufren físicamente y moralmente y que quieren que remedies sus dolores y pecados, y este otro grupo mayor de lo que creía, el de los tontos, que te buscan frívolamente por costumbre, por moda, por tradición, ¿No es verdad?
-Sí, más o menos así es.
-¿Y todos los demás, Señor, porque no te llaman ni te buscan ni te visitan?
-Porque no me necesitan… todavía. Están absorbidos por su trabajo o sus negocios y sienten que pueden prescindir totalmente de Mí y Yo los espero, porque sé que en cuanto un negocio les salga mal, en cuanto les aqueje una enfermedad o tengan algún sufrimiento o un problema que no puedan resolver, se acordarán de Mí y me buscarán, Yo lo sé. Aunque no te llamen a ti por teléfono, Yo sí los oigo, el único que conoce todos los corazones Soy Yo. Así que tú no los condenes. Respétalos ¿me oyes?
-Sí, Señor. Te oigo, sigue.
-Pero al que no oyes es al teléfono, que tiene rato sonando.
-Pueden esperar o que llamen otra vez, ahora lo que me interesa es oírte a Ti. Sigue hablándome, Señor…
-Te equivocas. Ahora lo importante es que acudas al teléfono.
-¿¡Dejarte a ti por el teléfono!?
- Sí, yo siempre estoy junto a ti. ¿Estás seguro que ese hermano débil en la fe volverá a llamar? ¿No se cansará? ¿No será la última oportunidad? No juegues así con las almas. Ve y apacienta a mis corderos.
-Voy, Señor.
No es necesario aclarar que se trató de otro dolor, un atraco más, otra ficha gris.
Hacía tiempo que yo advertía en mí, síntomas de cansancio. Me abrumaban ya tantos y tantos dolores hasta que llegó el momento en que ya no pude más. Una última ficha gris tuvo la fatalidad de hacerme explotar, fue la gota que derramó el vaso. Y aquella ficha gris con un dolor humano no mayor a los otros ya coleccionados pudo más que mi buena voluntad. Fue como si se abrieran de pronto violentamente todos mis ficheros de dolores humanos, como si cada ficha unida a la otra formaran un torrente de dolores y enfermedades y yo braseaba ante la espuma amarga de ese río incontenible tratando de alcanzar la otra orilla inútilmente.
-¡¡¿¿Qué tengo yo que ver con tantos y tantos dolores de los demás??!! ¡¡Que cargue cada uno con el suyo como yo cargo con el mío, que ya bastante pesa la propia cruz!! ¿¡Por qué tengo que enterarme yo, precisamente yo, de tantas angustias y tantas injusticias!? ¡¿Por qué debo cargar por el peso de tantas situaciones irremediables?! ¡¡No es sufrir por sufrir inútilmente, puesto que yo no puedo remediar NADA!! Mejor hubiera sido ignorarlo todo, no enterarse, vivir tranquilamente de espaldas a tanto dolor humano. ¡Ya conozco demasiado! ¡¡SÉ DEMASIADO COMO PARA PODER VIVIR TRANQUILO!! TENGO LOS NERVIOS DESTROZADOS ¡¡¡NO PUEDO MÁS!!!
-Ven acá ¿Qué te pasa?
-Pues ya lo oíste, Cristo. No puedo más. Me explotó el cerebro con tanto dolor, se me estruja el corazón con tanta pena que no puedo remediar ¡¡¡CON TANTA INJUSTICIA QUE HAY EN EL MUNDO!!!
-¿Y qué tú no quisiste organizar mi oficina de prensa y relaciones públicas? ¿Qué no te entregaste a ello gustoso? Ah, pero tú creías que mis actos oficiales iban a ser otra cosa. Buscaste al secretario del ministro para que te asesorara y Yo te dejé hacerlo. Pensaste que iba a ser como una oficina de turismo. Que ibas a conocer y a relacionarte con grandes personalidades de la política y del arte; que ibas a enterarte de las visitas de sensacionales secretos o confidencias del mundillo social, de la chismografía eclesiástica; que ibas a penetrar conmigo en ese mundo tentador de los secretos que hay en el mundo pero vas verificando que al acercarte a Mí desaparecen el político, el artista, el financiero, el intelectual y solo queda libre de su disfraz el hombre, desnudo con su cruz y su dolor. ¿Qué gente creías que me buscaban? La gente que cree que es alegre y feliz y ni se acuerda de Mí ni me necesita ni quisiera verme en sus ruidosas y alocadas reuniones porque me consideran un aguafiestas pero me dejan cuando venga el dolor…
-¡Pues ahí lo tienes, Señor! Ahí lo tienes, no hay derecho, Señor.
-¡CALLA Y NO ACUSES, PORQUE TÚ ERES IGUAL! ¡TODOS SOIS IGUALES! Me tenéis en reserva para el día de vuestras penas, para el momento en que algo os angustie en la vida…
-Sí ¡Sí! ¡Pero ya no puedo más!
-¿Tú no puedes más? Y eso que pesan sobre ti los dolores que se aprietan en cinco ficheros en este momento histórico de la humanidad. ¿Y Yo, que cargo no con cinco ficheros, sino con todos los dolores de todos los hombres de todas las razas en todos los momentos de la historia, percibidos todos y apretados todos en un solo momento eterno que pesa sobre Mí? ¡Desde el primer dolor de Adán y las primeras lágrimas de Eva hasta el último sollozo del último habitante que llore sobre la Tierra!
-¡¡¡BASTA!!! ¡¡¿¿CÓMO PUEDES CON ESO, SEÑOR??!!
-Porque amo incondicionalmente, pero ya ves las consecuencias. ¡Mírame! ¡Crucificado en el Calvario, ahora sin cara, mutilado, sin un brazo y con media pierna! ¡Tú me llamas Mi Cristo Roto! De acuerdo: roto, pero por todos los dolores, penas y angustias de todos los hombres. Y si te acercas un poco a mí, si eres de verdad cristiano te irán rompiendo aunque tú no quieras, los dolores y las penas de tus hermanos los hombres. Si estás muy entero sin que nadie te duela, ni eres cristiano ni eres mío. Yo atraigo como un imán todos los dolores de los hombres y los que me siguen participan de esa cualidad. En cuanto comiences a parecerte a Cristo a buscarte, a rodearte, a asediarte, a romperte los dolores de los hombres. Y tú mismo llegarás a ser un pequeño Cristo Roto.
-Eso es muy duro, muy difícil de entender.
-Pero al mismo tiempo produce una recóndita e infinita alegría. Ese es el amor auténtico.
-A veces no puedo más. Te confieso que a veces he dejado de contestar. Desde que salió el libro, las llamadas que recibo ahora me confrontan. He descubierto el dolor humano que por muchos años ignoré. Cada llamada es un dolor que antes ignoré.
-¿Y a Mí, que me llegan sin teléfono todos los dolores de todos los hombres? No necesito descolgarlo porque mi corazón está conectado con un hilo directo a todos los corazones de todos los hombres.
-Ahora entiendo ¡Por eso estás tan roto, Cristo mío! ¡Déjame restaurarte por favor!
-No. Déjame restaurarte Yo a ti. Déjame restaurar tu fe y tu vocación. Prométeme atender siempre el teléfono, prométeme no dejarlo descolgado, prométeme no aislarte ni hacerte de oídos sordos, prométeme que siempre estarás disponible para la llamada del dolor de tus hermanos.
-Pero ayúdame, porque es demasiado para mí.
-Yo no te daría una tarea sin darte también la fortaleza para realizarla. Perdiste de vista el propósito, te enfocaste en el trabajo, en rellenar tarjetas, en clasificar. Te olvidaste que la llegada del Cristo Roto a tu vida tenía un propósito. ¿Lo recuerdas?
-Sí, si lo recuerdo. ¿Pero qué voy a hacer con tanta carga?
-Eso déjamelo a Mí. Confía. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre si no es por Mí.
-¿Y por qué yo? Yo solo soy un ser humano con sus debilidades y dudas…
-¡Eres un restaurador! Tú me restauras cada vez que haces algo por tu prójimo. Yo te aseguro que el que confía en Mí hará lo mismo que yo hago y aún hará mayores cosas porque Yo voy a donde está Mi Padre. Ahora el que tiene que ir en Mi nombre a dar alimento al hambriento y consuelo al enfermo eres tú. Además, yo voy a estar contigo todos los días, hasta el fin del mundo.
-¡Señor, restáurame! Me has hecho entender a través de tu mano izquierda, que yo soy una mano derecha para Ti.
Y desde entonces, el teléfono es como una gubia que va tallando en mí, llamada tras llamada, un pequeño Cristo Roto.
-¿Diga?... Sí, sí, él habla, dígame… No, todavía no me había acostado... Sí, vamos para allá.
Es algo común en nosotros (al menos para mí) que a veces las personas nos buscan cuando tienen problemas: familiar, amistad, sentimental, académico, etc. Eso sucede mucho, pero no siempre termina igual: o te desentiendes del problema o le ayudas. Ambas alternativas tienen su consecuencia: si no quieres comprometerte, no sufres ni te acongojas; pero si ayudas, te puede doler ese problema y te comprometes, y te das cuenta que te has metido en un lío. Más que la comodidad, acá la pregunta es ¿En cuál de estas dos actitudes hubo amor?
Debo confesar que la primera vez que oí "Cristo organiza su oficina" fue como recibir una paliza de aquellas, porque de verdad que me identificó bastante. Para aceptar a Él en mi vida, he tenido que aceptar además del amor, el sufrimiento, compartido con Él en los demás. También he tenido mis momentos de cansancio espiritual y rabia por no ser capaz de hacer más o porque quisiera que muchas cosas cambiaran pero están fuera de mí (como el problema de las amenazas de Corea del Norte con su arsenal nuclear, etc.) y es que a cualquiera le agobia presenciar tanto dolor. El cansancio y la búsqueda de relajo es humano, no tiene nada de malo, pero es inhumano cuando no nos interesamos por nuestra realidad y vivimos "en nuestra burbuja". Nos guste o no, sea cual sea nuestra ideología y filosofía de vida, amor y dolor van juntos siempre.
Una vez he mencionado que un problema que está tan arraigado en nosotros es el exceso de actividades que nos proponemos, con la desventaja de que olvidamos el verdadero sentido y propósito de lo que hacemos, llegando a desvirtuar su significado.
Al principio me incomodaba un poco que siempre me buscaran cada vez que tenían problemas, buscando alguna solución o simplemente ser escuchados, porque siempre terminaba por afectarme y me dolía, pero me dí cuenta que si tú sufres con la otra persona, hay amor auténtico. Que sea cosa que jamás nos acostumbremos al dolor y llegando a la indiferencia. Eso se llama misericordia. Cabe señalar que misericordia es una palabra latina en el que si se analiza el origen de la palabra, se llega a esto: miser (miseria, miserable, desdicha, etc.) y cordis (corazón), que prácticamente significa "sentir el dolor ajeno en el corazón". Y eso ayuda a hacer nuestra carga más liviana, y es más hermoso cuando todo se comparte con otra o más personas, incluso el dolor.
No nos convirtamos en profesionales del dolor, sino que seamos hermanos para los otros. Y para no olvidarnos, recordemos una frase del jesuita chileno San Alberto Hurtado, y que resume todo este post: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?
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