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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pueblo chico, infierno grande.

 
Giovanni Guareschi hizo realidad este refrán con las historias sobre los conflictos del párroco Don Camilo contra Pepón, el alcalde comunista del pueblo. Como es sabido, el amor de Cristo y la lucha de clases de Marx "no junta ni pega", aunque con tozudez se esfuerzan en decir que sí, en fin... Don Camilo conversa con el Cristo del altar mayor, quien regaña a su servidor por actuar mal o lo detiene cuando está a punto de cometer alguna maldad (entendiendo que Don Camilo, a pesar de ser un ministro de Dios, es algo arrebatado y muy rústico, aunque no es mala persona). Entre él y Pepón, por muy enemigos que sean, no pueden separarse el uno al otro, se necesitan mutuamente, se buscan, se saludan e incluso beben juntos. Las historias de Don Camilo no son de esas historias en que el párroco gana simplemente por ser un cura, sino que como no hay buenos ni malos, la historia termina con el triunfo de uno de los dos, de ambos o de ninguno, puesto que no se valora la idea o el credo sino que el corazón y la humanidad de la persona con un lenguaje sencillo, con ingenio y con bastante sentido del humor. Sus historias fueron llevadas al cine italiano "en blanco y negro" por Fernandel y posteriormente en la década de los 80 por Terence Hill. Ambos personajes no son corruptos, desde la Iglesia o la Casa del Pueblo, ellos dan lo mejor de sí y con desinterés. Don Camilo no es abusador ni siquiera Pepón es un político mentiroso y sinverguenza; Don Camilo anda en bicicleta por las calles y él mismo limpia el templo, y el mismo alcalde Pepón se preocupa por su gente. Ambos son de modales rústicos, pero con un buen corazón. Por esa razón quiero compartir una pequeña historia de Don Camilo con algo que creo que al mundo le hace falta: mirar el corazón en vez de mirar capacidades o ideas con las cuales simpatiza, no ser mezquinos.
 
Entraron en la iglesia de improviso un hombre y dos mujeres; una de ellas era la esposa de Pepón, el jefe de los rojos.
Don Camilo, que subido sobre una escalera estaba lustrando con "sidol" la aureola de San José, volvióse hacia ellos y preguntó qué deseaban.
- Se trata de bautizar esta cosa - contestó el hombre. Y una de las mujeres mostró un bulto que contenía un niño.
- ¿Quién lo hizo? -preguntó don Camilo, mientras bajaba.
- Yo - contestó la mujer de Pepón.
- ¿Con tu marido? - preguntó don Camilo.
- ¡Se comprende!. ¿Con quién quiere que lo hiciera? ¿Con usted? -replicó secamente la mujer de Pepón.
- No hay motivo para enojarse - observó don Camilo, encaminándose a la sacristía. Yo sé algo. ¿No se ha dicho que en el partido de ustedes está de moda el amor libre?
Pasando delante del altar, don Camilo se inclinó y guiñó un ojo al Cristo.
- ¿Habéis oído? - y don Camilo rió burlonamente. Le he dado un golpecito a esa gente sin Dios.
- No digas estupideces, don Camilo - contestó fastidiado el Cristo-. Si no tuviesen Dios no vendrían aquí a bautizar al hijo, y si la mujer de Pepón te hubiese soltado un revés, lo tendrías merecido.
- Si la mujer de Pepón me hubiera dado un revés, los habría agarrado por el pescuezo a los tres y ...
- ¿Y qué? -preguntó severo Jesús.
- Nada, digo por decir - repuso rápidamente don Camilo, levantándose.
- Don Camilo, cuidado - lo amonestó Jesús. Vestidos los paramentos, don Camilo se acercó a la fuente bautismal.
- ¿Cómo quieren llamarlo? - preguntó a la mujer de Pepón.
- Lenin, Libertario, Antonio -contestó la mujer.
- Vete a bautizarlo en Rusia - dijo tranquilamente don Camilo, volviendo a colocar la tapa a la pila bautismal.
Don Camilo tenía las manos grandes como palas y los tres se marcharon sin protestar. Don Camilo trató de escurrirse en la sacristía, pero la voz del Cristo lo frenó.
- ¡Don Camilo, has hecho una cosa muy fea! Ve a llamarlos y bautízales el niño.
- Jesús - contestó don Camilo, debes comprender que el bautismo no es una burla. El bautismo es una cosa sagrada. El bautismo...
- Don Camilo - interrumpió el Cristo, ¿vas a enseñarme a Mí qué es el bautismo? ¿A Mí, que lo he inventado? Yo te digo que has hecho una barrabasada porque si esa criatura, pongamos por caso, muere en este momento, la culpa será tuya de que no tenga libre ingreso en el Paraíso.
- Jesús, no hagamos drama - rebatió don Camilo. ¿Por qué habría de morir? Es blanco y rosado una rosa.
- Eso no quiere decir nada - observó Cristo. Puede caérsele una teja en la cabeza, puede venirle un ataque apopléjico. Tú debías haberlo bautizado.
Don Camilo abrió los brazos.
- Jesús, piensa un momento. Si fuera seguro que el niño irá al Infierno, se podría dejar correr; pero ese, a pesar de ser hijo de un mal sujeto, podría perfectamente colarse en el Paraíso, y entonces dime: ¿cómo: puedo permitir que te llegue al Paraíso uno que se llama Lenin? Lo hago por el buen nombre del Paraíso.
- Del buen nombre del Paraíso me ocupo yo - dijo secamente Jesús-. A Mí sólo me importa que uno sea un hombre honrado. Que se llame Lenin o Bonifacio no me importa. En todo caso, tú podrías haber advertido a esa gente que dar a los niños nombres estrafalarios puede representarles serios aprietos cuando sean grandes.
- Está bien - respondió don Camilo-. Siempre hago mal las cosas; procuraré remediarlo.
En ese instante entró alguien. Era Pepón solo, con la criatura en brazos. Pepón cerró la puerta con el pasador.
- De aquí no salgo - dijo - si mi hijo no es bautizado con el nombre que yo quiero.
- Ahí lo tienes - murmuró don Camilo, volviéndose al Cristo-. ¿Ves qué gente? Uno está lleno de las más santas intenciones y mira cómo lo tratan.
- Ponte en su pellejo - contestó el Cristo-. No es un sistema que deba aprobarse, pero se puede comprender.
Don Camilo sacudió la cabeza.
- He dicho que de aquí no salgo si no me bautiza al chico como yo quiero - repitió Pepón, y poniendo el bulto en un silla, se quitó el saco, se arremangó y avanzó amenazante.
- ¡Jesús! - imploró don Camilo. Yo me remito a Tí. Si estimas justo que uno de tus sacerdotes ceda a la imposición, cederé. Pero mañana no te quejes si me traen un ternero y me imponen que lo bautice. Tú lo sabéis, ¡Esto de crear precedentes!
- ¡Bah! -replicó el Cristo. Si eso ocurriera, tú deberías hacerle entender.
- ¿Y si me aporrea?
- Tómalas, don Camilo. Soporta y sufre como lo hice yo.
Entonces volvió don Camilo y dijo:
- Conforme, Pepón; el niño saldrá de aquí bautizado, pero con ese nombre maldito no.
- Don Camilo - refunfuñó Pepón, recuerde que tengo la barriga delicada por aquella bala que recibí en los montes. No tire golpes bajos, o agarro un banco.
- No te inquietes, Pepón; yo te los aplicaré todos en el plano superior - contestó don Camilo, colocando a Pepón un soberbio cachete en la oreja.
Eran dos hombrachos con brazos de hierro y volaban las trompadas que hacían silbar el aire. Al cabo de veinte minutos de furibunda y silenciosa pelea, don Camilo oyó una voz a sus espaldas.
- ¡Fuerza, don Camilo! ... ¡Pégale en la mandíbula!
Era el Cristo del altar. Don Camilo apuntó a la mandíbula de Pepón y éste rodó por tierra, donde quedó tendido unos diez minutos. Después se levantó, se sobó el mentón, se arregló, se puso el saco, rehizo el nudo del pañuelo rojo y tomó al niño en brazos. Vestido con sus paramentos rituales, don Camilo lo esperaba, firme como una roca, junto a la pila bautismal. Pepón se acercó lentamente.
- ¿Cómo lo llamaremos? - preguntó don Camilo.
- Camilo, Libertario, Antonio -gruñó Pepón.
Don Camilo meneó la cabeza.
- No; llamémoslo, Libertario, Camilo, Lenin - dijo. Sí, también Lenin. Cuando está cerca de ellos un Camilo, tipos de esa calaña nada tienen que hacer.
- Amén - murmuró Pepón tentándose la mandíbula.
Terminado el acto, don Camilo pasó delante del altar y el Cristo le dijo sonriendo:
- Don Camilo, debo reconocer la verdad: en política sabes hacer las cosas mejor que yo.
- Y en dar puñetazos también - dijo don Camilo con toda calma, mientras se palpaba con indiferencia un grueso chichón sobre la frente.


1 comentario:

  1. buena, buena, esa es una peli que me encanto por la de trompadas que se dan, jajajajajajajaj.....!!!!

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