Choose a language:

domingo, 24 de febrero de 2013

Mi Cristo Roto: Dios tiene mano izquierda.


La semana pasada compartí la primera parte de las meditaciones cuaresmales de "Mi Cristo Roto", que a modo de introducción, habla del encuentro de esta imagen rota de Cristo y un sacerdote, que recibe un duro reproche de parte de Cristo, al olvidar de ver a Cristo en los otros, cosa que hemos notado en nuestras vidas, abusando de la devoción como vía de escape y/o un medio de encubrirnos ante los demás. Esperemos que no sea ejemplo nuestro.
La meditación de hoy gira en torno a la ausencia de la mano derecha de Cristo. Apenas tiene su mano izquierda, remendada. Cada uno de nosotros hemos tenido historias diferentes de como hemos llegado a este cara a cara con Cristo: unos de manera afortunada, otros ni tanto. El tema del dolor y el sufrimiento tampoco se hacen esperar, y el autor no les hace el quite, incluso reprochándonos y echándonos, hasta llegar al nudo en la garganta y algunas lágrimas porque nos da una devolución de nuestras actitudes, como un espejo. A veces me cuesta aceptarlo personalmente, pero entre el amor y el dolor siempre hay una relación. Y les prometo que cada vez que nos acerquemos a Semana Santa, las meditaciones de "Mi Cristo Roto" serán cada vez más duras, pero estos remezones y sacudidas las necesitamos en estas fechas, se los aseguro.
He sido testigo de las batallas que ha librado una persona que considero muy especial, ha luchado incansablemente, he visto sus lágrimas pero lejos de alejarse de Dios, más se ha acercado. Y esto, para mí ha sido un ejemplo. Esa persona que lea estas líneas sabrá de quien estoy hablando.
Mejor no continuo escribiendo esto, porque más edificante es la meditación. Y ya saben, tomen consciencia de "donde les aprieta el zapato".
 
 
 
El mismo día que compré mi Cristo, le pregunté al anticuario dónde estaría el brazo derecho.
-¡Oh, imposible encontrarlo! Y no crea usted que no revolvimos ya todo el almacén en donde se encontró tirada la imagen mutilada. Encontramos, eso sí, la pierna izquierda y se la pegamos pero de la mano derecha ¡Ni rastro!
El anticuario no sabía, Señor, por dónde andaba tu mano derecha pero Tú, Tú sí que lo sabes, la estás desclavando continuamente y se te escapa siempre. No, no me extraña que no la tengas. Anda por ahí, invisible pero eficaz.
¿Quién no siente de vez en cuando el suave roce de la mano llagada de Cristo? Esa mano invisible que, sin llamar a la puerta, se mete en todas partes: en la oficina, en la fábrica, en el trabajo, en el estudio de un artista, en el laboratorio de un investigador, en el nacimiento de un niño... Se cuela de puntillas como una ráfaga luminosa y musical. No podemos dar un paso por la vida sin tropezar con la mano de Dios. Pero tú, Cristo mío roto, sólo tienes mano izquierda.
Y casi podía oir a mi Cristo que me decía:
-Está muy bien eso que me has comentado, pero no es eso precisamente lo que yo quería enseñarte con la mutilación de mi mano derecha. Yo quería que sacaras otra conclusión.
-El primer día quise restaurarte y fuiste Tú quien se opuso. No me dejaste.
-No seas necio. ¿Para qué me sirve un brazo de madera? Necesito una mano y un brazo vivos, de carne. Me hacen falta brazos y manos. Tú debes ser mi mano para con tu hermano. Eres mi mano cuando evitas que alguien caiga; eres mi mano cuando no hieres ni pegas cuando confortas y animas; eres mi mano cuando ayudas a un ciego a cruzar una calle; cuando alivias, curas o descargas un poco la cruz de los demás cargándola sobre tus hombros. Todos vosotros, los bautizados, sois miembros de un mismo Cuerpo Místico, un cuerpo que es presentado en un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios ¿No te gustaría ser mi mano derecha?
Yo me extrañé ante tan inesperada distinción ¿Cómo yo la mano derecha de Cristo?
-Querías que me restaurara un tallista añadiéndome un pedazo de madera. ¿No quieres ser tú el restaurador, añadiendo tu misma mano a un hombre mutilado que no tiene brazo? ¿No te gustaría desempeñar el más nobilísimo cargo siendo en tu vida entre los que te rodean, la mano derecha de Cristo? Así, cada vez que veas a este Cristo manco, vas a escucharme decir “échame una mano” ¿Acaso no te dije “Id y haced discípulos a todas las naciones”?
Luego hubo una breve pausa entre nosotros. Y me imaginé que decía, después de sentir que mi Cristo sonreía silencioso:
-“Qué poco y que mal me conocéis, ¿Qué sería de vosotros los hombres si yo no tuviera mano izquierda? La tengo, pero no para defenderme ante Pilato o para evitar que me crucifiquen, sino para conseguir que mi padre no os condene, Yo no uso mi mano izquierda para salvarme de la cruz sino para salvaros a vosotros del infierno, ¿Lo comprendes ahora?”
Verán, toda la aventura trágica y divina de nuestra vida está en dejarnos guiar por las manos de Dios. Pero hay en nosotros un elemento difícil, peligroso: la libertad. Y Dios la respeta misteriosamente, infinitamente.
Para conquistarnos Dios dispone de dos manos, la derecha y la izquierda que representan dos técnicas y dos tácticas. La mano derecha es clara, abierta, transparente, luminosa. La mano izquierda por el contrario, busca atajos, da rodeos, es cálculo, diplomacia, no tiene prisa, si es necesario actúa a distancia y finge la voz pero aunque izquierda no es maquiavélica ni traidora, porque la mueve el amor.
Para cada alma Dios tiene dos manos, pero las emplea de modo distinto porque todas las almas son diferentes y se caída muy bien de cumplir con su propia lección: “Que no se entere tu mano derecha de lo que hace la izquierda”. Con la derecha, como a palomas blancas o a ovejas dóciles, Dios guiaba a Juan Evangelista, a Francisco de Asís, a Juan de la Cruz, a Francisco Javier, a las dos Teresas...
Para conquistar a Pedro, a Pablo, a Magdalena, a Agustín, a Ignacio de Loyola, Dios tuvo que emplear la mano izquierda. Si ante la mano derecha, se rebelan, entonces entra en juego la izquierda, busca un disfraz y se trueca en algo inesperado: una prueba, una tragedia, un dolor. La mano izquierda trata de ser un freno que nos detenga, quiere alzarnos del barro en que caímos, se nos mete en el pecho para ver si logra hacernos entender.
Por ejemplo: Se rompe una presa que arrastra todos mis cultivos, tengo un descuido inexplicable en la casa y mi hijo se quemó con aceite, íbamos en coche a alta velocidad y nos salió inesperadamente un camión y murieron en el acto mi mujer y un hijo y quedé solo en la vida, o invierto todo mi dinero en un negocio y mi socio me defraudó y pierdo todo mi capital, mi hermana nunca tuvo una enfermedad pero los dicen los médicos que tiene algo incurable, nuestro hijo nació con un defecto congénito y jamás se abusó del alcohol o del tabaco y de pronto, tengo un no se qué en el corazón.
Ante la mano izquierda de Dios que cuando actúa irrumpe casi siempre inesperada e implacable en nuestra existencia, la primera reacción es un grito de rebeldía y desesperación. Olvidamos la presa, el coche, el traidor, el cáncer, la muerte, porque adivinamos que ellos no tienen en definitiva la culpa y presentimos a Dios como responsable de ese dolor, que por ser tan terriblemente profundo, no puede venir de las criaturas y lógicamente nos enfrentamos a Dios. ¡Le gritamos, le emplazamos, le protestamos, le exigimos, le desafiamos, le condenamos! “¡PADRE…! ¡SI FUERAS PADRE, NO ME TRATARÍAS ASÍ!” Gritamos, protestamos, nos rebelamos y luego… y luego nos quedamos solos.
Y vienen las primeras lágrimas nerviosas y quemantes, y sin darnos cuenta, la primera oración “Hágase tu voluntad” Y volvemos a protestar contra Dios, contra nuestra primera oración... Luego viene el cansancio, las lágrimas ya son más serenas y hasta oramos sin protestar, tenemos ganas de besar algo, ¿Qué? Ah, eso sí, ya lo encontramos. Un crucifijo. Y con un beso le decimos a Dios que está bien lo que Él disponga.
Terrible, dura, implacable, pero bendita mano izquierda de Dios. Y luego hasta decimos cosas que de momento suenan absurdas: Dios sabe por qué hace las cosas, no hay mal que por bien no venga, bendita sea la desgracia que me sucedió porque lo que me sucedió me acercó a Dios… porque yo andaba muy lejos de Él.
Cristo mío roto, te lo digo en nombre mío y de todos, porque no todos nos atreveremos a pedírtelo desde ahora: Señor, si no basta para salvarnos la ternura de tu mano derecha, echa tu izquierda como a veces lo haces y disfrázala de lo que quieras: fracaso, calumnia, ruina, accidente, enfermedad, terremoto, inundación, injusticia, parálisis, alcoholismo, desempleo, viudez… de muerte. Cristo, que sepamos ponernos en tus manos, que seamos hijos de tus manos, de tu derecha o de tu izquierda.
A la cabecera de tu cama, amig@ mi@, o en tu mesita de noche, haz de tener un Cristo clavado en la cruz, ¿Por qué no esta noche, antes de acostarte, no le dices “Señor, quiero estar seguro de que si fallara conmigo tu dulcísima mano derecha, emplearías con tal de salvarme tu decidida mano izquierda? Dios sabrá compensarte ese gesto de valor y de fe.

1 comentario: