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viernes, 22 de febrero de 2013

Fragmentos de "Eminencia" y humanidad de una Iglesia herida


Debo reconocer que el último tema tratado ha sido complejo de escribir, por lo que me tomé dos días sin escribir. Y sobre eso, quiero compartir un fragmento del libro “Eminencia” de Morris West (de los que tratará temas pero de manera indirecta y superficial, cada lector se formulará sus propias preguntas).
Esta novela escrita a fines del siglo XX, habla sobre un cardenal argentino, un miembro de la Curia Romana, una víctima de la dictadura de su país pero vivo gracias al amorío que tuvo con una mujer, la hija de un general y esposa de una de las autoridades de la dictadura. Él, bajo una máscara de hostilidad y de cumplimiento del deber, rara vez abre su corazón pero sin ocultar nada, ni siquiera el amor por ella, el último elemento de esperanza que guarda en su corazón pues ahora es un escéptico.
Las novelas de este autor, muestras situaciones que se podrían considerar reprochables desde nuestra moral o nuestros valores y sin relativizar, permite que nos encariñemos o sintamos empatía y comprensión hacia alguno o todos los personajes, siempre como escenario de fondo el mundo de la Iglesia Católica o la política frente a la complejidad del ser humano: sus defectos, sus afectos, sus miedos, sus heridas, sus alegrías. Por eso es mi libro preferido.
La finalidad por la que quiero compartir el texto es exponer lo complejo de la situación del cónclave que se viene: hay papables buenos, aunque no con el peso como los del cónclave anterior (al menos, así aseguran medios de prensa católicos y fiables). No es para buscar “quien pesa más” sino para insistir en orar para que el próximo Papa que sea elegido, tenga en consideración cada corazón humano (como tan bien lo hizo Benedicto XVI en sus cortos pero fructíferos 7 años de pontificado) y sea amable con el Pueblo de Dios, más allá de las problemáticas internas (todos sabemos de qué hablo ) y situaciones políticas que afecten al mundo entero como son la guerra del Medio Oriente, las pruebas nucleares de Corea del Norte, la ofensiva de Bolivia frente a Chile por el problema del mar, etc.
El fragmento del texto es una entrevista entre una periodista "ácida" y el protagonista, dicho cardenal, asesorado por un monseñor que trabaja en los medios de comunicación de la Santa Sede, tocando temas algo complejos, más la trama de la historia.
 
 
 
Con miras a prepararse para su entrevista con Steffi Guillermin, el Cardenal Luca Rossini había convenido en tener una sesión preparatoria de media hora, en la Sala Stampa, con Monseñor Ángel Novalis. Como mentor, era ideal: breve, lúcido, desapasionado. Primero le hizo un retrato.
-Es una mujer con mucho estilo y una mente despierta. Vendrá preparada en el tema y su vocabulario. No le interesan los hombres como compañeros sexuales, pero exige que reconozcan su inteligencia y su estilo. Puede confiar en que las citas de lo que diga serán exactas, que no se privará de algunas descripciones ácidas acerca de sus actitudes frente a las preguntas y alguna perspicacia que tal vez lo sorprenda. No aceptará nada “off the record”. Su actitud es que usted ha aceptado las reglas del juego. ¿Temas? Desde luego, se referirá a la relación personal del Pontífice con usted. Y por supuesto querrá hablar de su drama personal: cómo fue rescatado de los militares y cómo fue su posterior salida de Argentina. Mi hipótesis es que tendrá más información de la que usted puede suponer. A estas alturas, todo el mundo sabe que el marido de la señora de Ortega ha sido propuesto para ser el próximo embajador argentino ante el Vaticano...
-Lo que nos lleva directamente a las Madres de la Plaza de Mayo.
-Sí.
-Y, puesto que usted estará presente en la entrevista, eso suscitará sin duda la pregunta sobre la participación o compromiso de miembros del Opus Dei en la guerra sucia que hubo en Argentina. ¿Tiene alguna información para mí sobre eso?
-Guillermin es demasiado profesional para hacerme preguntas a mí esta vez. Ésta es su entrevista, eminencia. Yo no seré más que un cero a la izquierda. Mi consejo es que dé sus propias respuestas y que no trate de adivinar cuál será su comentario ni instruirla en la fe. Algunos de sus eminentes colegas ya han caído en esa trampa. Tendrá que responder, inevitablemente, dos preguntas generales: ¿Cuál es el estado actual de la Iglesia y qué tipo de Papa necesitamos? Cada una de ellas viene con su propia trampa incorporada. Si la Iglesia no funciona bien, ¿a quién se ha de culpar? Si la Iglesia necesita reparaciones, ¿quién es el hombre indicado para arreglarla? Y su respuesta a esta última pregunta podría traerle problemas con el Colegio Electoral entero. ¿Alguna otra pregunta, eminencia?
-Volvamos a la que no me respondió -dijo Rossini-. ¿Cuál es su respuesta personal a las acciones de ciertos miembros del Opus Dei en mi país durante la guerra sucia?
La pregunta lo pilló completamente por sorpresa. Se puso rojo como un tomate. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Luego se sentó y se quedó en silencio con la vista fija en el dorso de las manos. Finalmente alzó la cabeza para mirar a Rossini. Habló con voz firme, y su respuesta fue estudiadamente formal.
-Usted no es mi confesor, eminencia. Así que no estoy obligado a responder esa pregunta.
-Lo entiendo.
-Entonces, eminencia, ¿para qué pregunta?
-Porque primero en mi vida personal y ahora en mi vida colegiada como cardenal, la cuestión reviste una importancia especial. Hace un momento, cuando planteé la pregunta, usted prefirió no darme orientaciones ni siquiera sobre cómo podría serle respondida a la prensa. Por eso se la hice otra vez en confianza. Hay pruebas, pruebas inequívocas, de que hubo miembros del Opus Dei involucrados directa o indirectamente en las actividades represivas de los militares en Argentina. Hay pruebas de que ellos han ayudado a ocultar pruebas de crímenes cometidos en la guerra sucia. Lo tengo a usted considerado como un hombre recto y honorable. Y me gustaría saber cómo explica estas anomalías. Yo también tengo cuestiones de conciencia que resolver y me gustaría tener la cabeza bien despejada cuando tenga que enfrentarme a mi inquisidora.
-Entonces la respuesta tendrá que ser taquigráfica, eminencia.
-Acepto.
-Empecemos con esta proposición: como grupo, el Opus Dei no es ni popular ni populista. Es elitista. Está basado en la reserva. Se relaciona con grupos de poder en la justicia, las finanzas, la política. Se esfuerza, no siempre con éxito, por aplicar los principios cristianos a la mecánica del orden social. Sus orígenes, como los de los jesuitas, son hispánicos. Su ascetismo, si usted quiere, también es hispánico. Por mi parte, debo reconocer que la formación que me dio me permitió sobrevivir a un período sumamente difícil de mi vida. Pero, como usted y yo sabemos, el poder es un juego peligroso y corruptor, especialmente cuando uno tiene de su lado a Dios y al Vicario de Cristo... Nuestra sociedad constituye un grupo de presión muy fuerte en las iglesias españolas y latinoamericanas... Zonas en las que, permítame decirlo, el juego del poder se ha ejercido de la manera más brutal. Si me pide pruebas de cómo estuvimos involucrados, no puedo darlas. Están enterradas a demasiada profundidad. Yo he preferido no investigar a más profundidad que a la que estoy obligado. Igual que usted, eminencia, he vivido y trabajado bajo el más estrecho patrocinio personal del difunto Pontífice, quien le otorgó a nuestra sociedad un lugar especial en sus planes. Su Santidad ejerció una poderosa influencia en la caída de los regímenes comunistas de Europa oriental. En política y en la Iglesia, se inclinó más hacia la derecha que hacia la izquierda... De modo que, viviendo tan cerca de la sede del poder, me ha sido fácil disociarme de sus abusos, cubrirme la cabeza con la capucha como un monje de la antigüedad y decirme a mí mismo que Dios y el Santo Padre saben qué es lo mejor para el mundo. ¡Ahora no estoy tan seguro! ¿Qué hacer al respecto entonces? Tampoco estoy seguro, especialmente con todos los cambios que traerá un hombre nuevo. Así que me limito a esperar. ¡Lucho con mi conciencia, y en mis oraciones pido la luz y las fuerzas que un día necesitaré para limpiar mi propio rincón en la casa de Dios! -Se interrumpió. Sus delgadas facciones se distendieron en una sonrisa y su voz recobró su habitual tono irónico-. Ya ve lo fácil que es olvidar la disciplina y dejarse llevar por una emoción excesiva.
-Su exceso ha sido un regalo para mí -dijo Luca Rossini-. La luz del día aparece lentamente, ¿no es cierto?
-Demasiado lentamente a veces. Pero permítame que le repita mi advertencia, eminencia. Steffi Guillermin es una entrevistadora seductora. Tiene una enorme inteligencia y le gusta exhibirla. Recuérdelo: tiene agua helada en las venas y ácido en su pluma.
La entrevista se realizó en una sala de la Oficina de Prensa. Guillermin y Rossini se sentaron frente a frente, separados por una pequeña mesa. Ángel Novalis se sentó a un lado, fuera de la línea de visión de ambos. Su grabadora estaba junto a la de Guillermin, sobre la mesa. La entrevistadora comenzó sin rodeos.
-Usted es un hombre ocupado, eminencia. Le agradezco que haya aceptado esta entrevista. Empecemos con las grandes preguntas. ¿Qué es lo que le está pasando a la Iglesia?
-Lo mismo que le ha estado pasando a lo largo de dos mil años: ¡la gente! Los hombres y las mujeres, y también los niños, que forman la familia de los creyentes. Ésta no es la comunidad de los puros y los perfectos. Son malos, buenos e indiferentes. Son ambiciosos, avariciosos, temerosos, lujuriosos, y constituyen una muchedumbre de peregrinos unidos por la fe y la esperanza, y por la difícil experiencia del amor.
-Seamos más específicos entonces. Usted, en su carácter de funcionario clave de la institución, ¿cómo describiría su situación actual?
-Alguna vez se la ha llamado la «barca de Pedro». Es una buena metáfora. Es un barco, un barco muy viejo, que navega por aguas turbulentas. Ha sido bien construido, sus estructuras fundamentales son sólidas, pero su madera cruje: parte de él está comido por los gusanos y debe ser reemplazado. Las redes están raídas, las velas han sido remendadas una y otra vez. Se agita en las depresiones de las olas y se tambalea en sus crestas, en todos los océanos, pero todavía sigue a flote y la tripulación todavía la gobierna, aun cuando, a veces, sus miembros parecen también un ramillete de lo más variopinto.
-Y ahora, por supuesto, ha muerto el capitán. Usted es una de las personas, de las muy pocas personas, que tienen que elegir un nuevo capitán. ¿Qué cualidades especiales aporta usted a esa tarea electoral?
-Muchas menos de las que usted podría suponer. Sé cómo trabaja la burocracia, aunque tengo poca afición y menos talento para ella. Como quiera que sea, el proceso electoral es un juego de fuerzas e intereses dentro de un pequeño cuerpo formado por sujetos sumamente diferentes, y a veces un bicho raro como yo puede inclinar la votación en un sentido o en otro; al menos eso me han contado aquellos que han asistido a un cónclave. Para mí, éste será el primero.
-El pontificado de Su Santidad fue muy largo. ¿Eso es bueno o malo?
-Bueno o malo, es un hecho que produce ciertas consecuencias.
-¿Podría ser más específico, eminencia?
-No hay ningún misterio en ello. El proceso de envejecimiento produce ciertas consecuencias inevitables. El catálogo es bien conocido. Las arterias se obstruyen. Las articulaciones pierden elasticidad. Las funciones cerebrales pueden sufrir cambios radicales. También hay cambios psicológicos. El anciano puede tornarse temeroso, paranoico, incluso tiránico. En las sociedades humanas que viven bajo un régimen que se prolonga en el tiempo, se verifican cambios análogos.
-¿Esto no hace pensar que podría ser necesario realizar cambios en el sistema tradicional? ¿Una edad de retiro obligatoria para un Pontífice, o una revisión de las normas acerca del retiro o la destitución fundados en un estado de incapacidad?
-Ésas son cuestiones de legítima preocupación para toda la Iglesia. Sí.
-Pero, en última instancia, tal como están las cosas, ¿esas cuestiones pueden ser resueltas por un hombre, el Pontífice reinante?
-Es verdad.
-Y si los acontecimientos siguen su curso normal, ¿qué Pontífice habría de ordenar su propia ejecución?
Rossini echó la cabeza hacia atrás, riendo.
-¡Un punto para usted!
-El diario secreto del difunto Pontífice enfatiza ese punto. Se ha planteado una acusación según la cual fue robado por el ayuda de cámara del Papa, y nosotros, junto con otros medios, lo estaríamos publicando ilegalmente. ¿Está enterado de eso?
-Estoy enterado, sí.
-¿El diario es auténtico?
-Hasta donde yo sé, lo es.
-¿Fue robado?
-Hay una fuerte presunción en ese sentido.
-Uno de los pasajes del diario dice lo siguiente: «En la curia hay quienes piensan que mi decisión de promover a Luca Rossini es un error. Aseguran que es dado al secreto, arrogante, y que desecha demasiado rápidamente las opiniones contrarias a las suyas. Yo sé lo que significan estas críticas. A menudo he tenido que reprenderlo por su tendencia a poner demasiado énfasis en sus argumentos. Pero sé por lo que ha pasado. Sé con cuánta tenacidad ha 1uchado por mantener la integridad de su espíritu atormentado. Me ha confesado el afecto profundo y perdurable que siente por la mujer que le salvó la vida. Creo que esa experiencia ha dado un carácter y un valor muy especiales a su servicio a la Iglesia. No puedo protegerlo del escándalo, la calumnia ni el rumor hostil. Él consideraría muy por debajo de su dignidad el buscar esa protección. Su razonamiento es muy simple. Una vez me dijo: "Santidad, he sido desnudado frente a mi propia iglesia y azotado hasta que mi carne se convirtió en una pulpa sanguinolenta. Estuve a punto de ser violado. Mi agresor fue muerto de un balazo un instante antes de penetrarme... ¿Qué pueden hacerme los rumores?". Cuando lo nombré cardenal tuve ese pensamiento en mente. Mi fantasía me llevó a pensar en cómo actuaría él si estuviera sentado en el trono de Pedro. Pero luego pensé en otros que sobrevivieron a la tortura y fueron considerados papables... Beran, Slipyj, Mindszenty. Todos ellos de alguna manera fueron mutilados...». ¿Tiene algún comentario sobre eso, eminencia?
-Ninguno.
-¿Es usted un espíritu profundamente atormentado?
-Digamos que estoy cojo, como Jacob después de su lucha con el ángel.
-¿Cómo ve su futuro?
-Para mí, cada día es un nuevo día. Lo tomo como viene.
-¿Los comentarios del Pontífice le molestan?
-Me molesta que su intimidad haya sido invadida con la publicación del diario.
-Esta mujer por la que usted siente un afecto profundo y perdurable, ¿qué puede decirme sobre ella?
-Le debo la vida. Eso lo dice todo, creo.
-Según mi información, su nombre es Isabel Ortega, Menéndez su apellido de soltera. Está casada con un diplomático argentino, Raúl Ortega, cuya familia la protegió durante la guerra sucia. Tiene una hija de veinticinco años.
-Está usted muy bien informada, señorita. Le diré una cosa: no tengo intención de seguir hablando de este tema con usted.
-¿El episodio está cerrado entonces?
-Por favor, señorita, no juegue conmigo. No estamos hablando de episodios o incidentes, sino de mi perdurable gratitud. Cuando fui por primera vez a Japón, cumpliendo una misión personal para el Santo Padre, se me instruyó acerca de los hábitos y costumbres de aquel país. Se me advirtió, entre otras cosas, que no interviniera de ninguna manera en un accidente callejero, y que dejara más bien que la víctima fuera auxiliada por otros. Si intervenía, me arriesgaba a contraer una relación de obligación con la víctima de por vida, relación de la que bajo ningún concepto yo podría hacerme cargo.
-¿Cuál es la moraleja de esa historia, eminencia?
-Agobiar a la mujer que me salvó la vida con la carga de una relación permanente era algo que yo no podía ni debía hacer, y no lo hice. Ahora veamos qué otras preguntas tiene preparadas.
-Antes de eso, eminencia, permítame decirle algo, por favor. No puedo evitar tratar este tema, en el contexto del diario del Pontífice, y de la elección en sí misma. En realidad, me ha sido planteado por algunos de sus colegas.
-No le preguntaré quiénes son esos colegas.
-Mejor que no. Tengo entendido, por una entrevista que tuve con el cardenal Matteo Aquino, el Nuncio Apostólico de Argentina en ese tiempo, que usted ha accedido a actuar como mediador en un conflicto entre él y las Madres de la Plaza de Mayo.
-¡Un momento! ¿Dice usted que ha entrevistado al cardenal Aquino?
-Entre otros, sí.
-¿Y él le ofreció esta información?
-Sí.
-¿Cuándo fue esa entrevista?
-Ayer, aproximadamente a esta misma hora. ¿Por qué? ¿Pasa algo malo?
-No. No pasa nada. Es cierto que discutí esa posibilidad con él. Me parece raro que haya revelado una cuestión tan delicada en una entrevista periodística.
-¿Tan delicada es la cuestión, eminencia?
-Muy delicada.
-Me pregunto por qué usted ha accedido a defender a Aquino.
-Una vez más, señorita, su lenguaje es inexacto e impreciso. Lo que he aceptado no es defender a Aquino, sino actuar como mediador en una discusión acerca de las acusaciones que las mujeres están levantando contra él.
-Eso podría ser interpretado como un muy eficaz alegato en su defensa, o en defensa de las políticas de Roma y de la Iglesia argentina.
-Sería una interpretación falsa.
-Entonces ¿cómo describe usted lo que ocurrió en su país, eminencia?
-Demasiados de los nuestros vendieron su alma al diablo.
-¿Para qué, eminencia?
-Una ilusión de orden, estabilidad, prosperidad. La ilusión, vieja como el mundo, de que se puede erradicar las ideas con las armas y los instrumentos de tortura.
-¿Por qué está dispuesto entonces a confortar a Aquino, quien según su propia confesión le procuró como mínimo cierto consuelo al régimen?
-Porque tiene derecho a una presunción de inocencia por mi parte, y porque como cristiano estoy obligado a encontrar en mi corazón el perdón para aquellos que me han hecho daño.
-¿Lo ha logrado, eminencia?
-Trabajo en ello. -Rossini hizo una mueca de disgusto-. No lo he logrado aún.
-¿Puede explicar por qué?
-Sí. Como bien dice el difunto Pontífice, todavía soy un hombre con muchos defectos, y consciente de mi propia capacidad para el mal.
-¿Esa capacidad lo asusta?
-Oh, sí, desde luego. La prevalencia del mal es el misterio más oscuro y espantoso del universo.
-Entonces ¿cómo ve usted el papel de la Iglesia en la lucha contra el mal?
-Como una comunidad de creyentes, formada en la fe y la esperanza, apoyada y enriquecida por la caridad, que lleva a todas partes la buena nueva de la Redención. Pero la comunidad tiene que renovarse día tras día.
-Hablemos del papel de los dirigentes en esa renovación.
Rossini meneó la cabeza, sonriente.
-Ésa es una enorme lata de legumbres. Ni usted ni yo podríamos digerirla en una entrevista tan corta.
-Se lo diré con otras palabras entonces. Dentro de unos pocos días usted ingresará en el cónclave con otros cien o más miembros del Colegio Cardenalicio para elegir un nuevo Pontífice. ¿Qué clase de hombre estarán buscando?
-Puedo hablar sólo por mí mismo, como elector individual.
-Sin embargo, todos ustedes comparten un interés común: el bien del pueblo de Dios.
-Pero como somos humanos, estamos divididos en lo que respecta a cómo debería ser servido ese interés.
-Se afirma que el Espíritu Santo está presente en el cónclave ¿No es verdad?
-Invocamos al Espíritu. -El tono de Rossini era tranquilo-. No hay ninguna garantía de que todos, o algunos de nosotros, estemos abiertos a sus mensajes.
-¿Y el hombre que usted elija estará habitado por el Espíritu?
-Rezamos para que lo esté, pero él también estará sometido a las tentaciones cotidianas del poder, que como alguna vez escribió un gran inglés, tiende siempre a corromper.
Y Satanás lo llevó hasta la cima de una alta montaña -Steffi Guillermin citó de memoria el conocido texto-, y le mostró los reinos del mundo y la gloria desde allí.» Así que, verdaderamente, eminencia, usted y sus colegas están embarcados en una empresa de alto riesgo. Y el riesgo resulta doble, ¿verdad?, por el dogma de la infalibilidad papal, que en los últimos tiempos ha sido interpretado de maneras muy diversas.
-Yo lo expresaría de otro modo -dijo Luca Rossini-. Creo que se sirve mejor a la Iglesia, no cuando se invoca la infalibilidad sino cuando se dispensa la caridad con la máxima abundancia posible.
-Hablemos de la caridad entonces: el amor divino y el amor humano.
-Dos caras de la misma moneda.
-Y el acto sexual es una expresión de ese amor.
-Debería serlo. No siempre lo es. A veces es una invasión, a veces es una degradación. Como, por ejemplo, el abuso sexual cometido por clérigos o docentes religiosos.
-Y usted, más que nadie, debe considerar inaceptable ese tipo de abuso.
-Así es, y considero que su ocultamiento por autoridades de la Iglesia agrava el delito.
-¿Qué me dice de los que lo cometen?
-Tenemos que admitir que algunos de nuestros sistemas de formación han contribuido a convertirlos en delincuentes. No podemos mantenerlos circulando furtivamente por los sistemas pastorales o educacionales.
-¿Se les debe perdonar?
-Ellos, como todos nosotros, deben tener la oportunidad de cambiar y buscar el perdón.
-La ordenación de mujeres: ¿cuál es su posición al respecto?
-Mi posición es la que el difunto Pontífice nos ordenó sustentar: estoy contra la idea. Hasta que una sapiencia posterior cambie la orden, y mientras siga ocupando un cargo oficial en la Iglesia, no hablaré contra ella.
-¿Qué posibilidad hay de que alguna de esas posiciones cambie? ¿Una decisión papal, su propia posición dentro de la Iglesia?
-A pesar de los rumores y de las presiones en contra, creo que la posición papal podría cambiar. ¿Mi propia posición? Como todos los que estamos en la curia, renuncio automáticamente y me pongo a disposición del nuevo hombre.
-¿Qué opina acerca de la convivencia de las parejas gays o lesbianas? ¿Se les debería conceder el estado marital?
-Pienso que no, aunque se les debería dar un reconocimiento civil como convivientes con derechos y obligaciones mutuas.
-¿Y con respecto al lado físico y emocional de sus vidas?
-La Iglesia proclama un ideal cristiano de castidad. No puede, y no debe, intervenir en el comercio de la cama matrimonial.
-Eso suena bastante cínico.
-No es la intención. Hombres y mujeres son criaturas muy complejas. Repito: más que prescripciones legales necesitan amor.
-¿Y las prescripciones morales?
-La Iglesia señala el camino. Somos libres de aceptarlo o rechazarlo. Si elegimos el camino equivocado, la Iglesia nos tiende la mano para ayudarnos a regresar al camino correcto. Es para lo que sirve una familia, ¿no es cierto?
-¿Ha pensado acerca de dónde le gustaría estar, o qué le gustaría hacer en esta etapa de su vida?
-No estoy seguro de poder responder a esa pregunta. Las palabras que rondan mi mente en estos días son las que Goethe pronunció en su lecho de muerte: “Mehr Licht”, más luz.
-Se nos acabó el tiempo, señorita -dijo Ángel Novalis desde su puesto de observación.
-Hemos terminado. -Steffi Guillermin apagó su grabadora. Se puso de pie y tendió la mano para despedirse-. Gracias por el tiempo y la molestia, eminencia. Espero hacerle justicia.
-¿Tiene idea de cuándo se publicará?
-Dos días antes de que comience el cónclave.
-Así que me arroja, como a Daniel, a la guarida de los leones. -Lo dijo riendo, y Guillermin rió con él.
-Si yo fuera un león, eminencia, me esforzaría por trabar amistad con usted.
Mientras la acompañaba hasta la salida, Ángel Novalis agregó su propia conclusión:
-Se lo advertí. Es un hueso duro de roer.
-Me hizo sudar cada maldita línea. Es un tipo realmente formidable. Me gustaría hacer una pequeña apuesta por él en la quiniela electoral del Club de la Prensa.

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