Ayer, momentos antes de llegar a Catedral para la misa dominical de la tarde, sucedió que un hombre de cara redonda, de gafas, afable y que bordeaba por la cincuentena, subió al presbiterio.
En ese momento, uno de los agentes pastorales de la Catedral (al que llamaremos "S"), le salió al paso.
-Disculpe caballero, no se puede transitar por el presbiterio.
El aludido contesto.
-Ah, perdone usted, estoy buscando a Mons. Gaspar.
-En este momento no está disponible. Pero si gusta, puede esperarlo hasta que termine la misa.
-Es que no puedo quedarme.
-Lo siento mucho, pero no puedo hacer nada.
-Qué lástima. Andaba buscando al P. Gaspar porque soy el P. Jorge, el Obispo de Illapel.
"S" se quedó helado con una sensación incómoda y violenta de que cruzaran hielo y fuego por la columna vertebral al escuchar "Obispo de Illapel". No sabía que durante todo este tiempo estaba hablando con un obispo y que más encima, no lo dejaba pasar a la sacristía. No lo supo, porque no vestía como un sacerdote (usaba una camisa manga corta), ni siquiera usaba la cruz pectoral, pero notó en su mano derecha su anillo episcopal. S, algo nervioso, se disculpó.
-Perdóneme, Monseñor, pero es que no podemos dejar pasar a la gente, por el presbiterio, usted sabe...
-Sí, yo entiendo. No se preocupe. Está bien.
-Incluso no está vestido como sacerdote.
-Es que estoy de paso por acá, estoy de vacaciones. Ando "mochileando" nomás. Yo duermo donde la noche me pille. ¿Podría decirle al P. Gaspar que lo estoy buscando?
"S" fue enseguida corriendo a la sacristía a buscar al P. Gaspar, por lo que un diácono que estaba presente le preguntó el porqué de tanta prisa, y S le explicó que el Obispo de Illapel lo andaba buscando. Ambos fueron casi corriendo a la casa a buscarlo (y eso que entre la casa y la sacristía hay una distancia de unos pocos pasos), por lo que el P. Gaspar apareció al poco tiempo.
Como era de esperar, ambos obispos se quedaron conversando, por lo que al final de la misa, "S" les invitó a comer en su casa.
Un suceso tan pequeñito casi hizo que todo se pusiera "patas arriba". Una de esas anécdotas inocentes que nos pillan volando bajo. Más de alguno de nosotros las hemos tenido.
Solo procuremos no estar preparados, pero sí estar disponibles a estos chascarrillos que nos confrontan.
En ese momento, uno de los agentes pastorales de la Catedral (al que llamaremos "S"), le salió al paso.
-Disculpe caballero, no se puede transitar por el presbiterio.
El aludido contesto.
-Ah, perdone usted, estoy buscando a Mons. Gaspar.
-En este momento no está disponible. Pero si gusta, puede esperarlo hasta que termine la misa.
-Es que no puedo quedarme.
-Lo siento mucho, pero no puedo hacer nada.
-Qué lástima. Andaba buscando al P. Gaspar porque soy el P. Jorge, el Obispo de Illapel.
"S" se quedó helado con una sensación incómoda y violenta de que cruzaran hielo y fuego por la columna vertebral al escuchar "Obispo de Illapel". No sabía que durante todo este tiempo estaba hablando con un obispo y que más encima, no lo dejaba pasar a la sacristía. No lo supo, porque no vestía como un sacerdote (usaba una camisa manga corta), ni siquiera usaba la cruz pectoral, pero notó en su mano derecha su anillo episcopal. S, algo nervioso, se disculpó.
-Perdóneme, Monseñor, pero es que no podemos dejar pasar a la gente, por el presbiterio, usted sabe...
-Sí, yo entiendo. No se preocupe. Está bien.
-Incluso no está vestido como sacerdote.
-Es que estoy de paso por acá, estoy de vacaciones. Ando "mochileando" nomás. Yo duermo donde la noche me pille. ¿Podría decirle al P. Gaspar que lo estoy buscando?
"S" fue enseguida corriendo a la sacristía a buscar al P. Gaspar, por lo que un diácono que estaba presente le preguntó el porqué de tanta prisa, y S le explicó que el Obispo de Illapel lo andaba buscando. Ambos fueron casi corriendo a la casa a buscarlo (y eso que entre la casa y la sacristía hay una distancia de unos pocos pasos), por lo que el P. Gaspar apareció al poco tiempo.
Como era de esperar, ambos obispos se quedaron conversando, por lo que al final de la misa, "S" les invitó a comer en su casa.
Un suceso tan pequeñito casi hizo que todo se pusiera "patas arriba". Una de esas anécdotas inocentes que nos pillan volando bajo. Más de alguno de nosotros las hemos tenido.
Solo procuremos no estar preparados, pero sí estar disponibles a estos chascarrillos que nos confrontan.
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