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martes, 19 de febrero de 2013

¿Abrir la ventana otra vez?

 
"Son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor".
(Corintios 13)
 
Por la publicación de un tema anterior, me llevó a pensar a otro tema por el que a algunos nos ha dejado con dudas, mientras otros ya no la esperan, y me refiero a la renovación de la Iglesia.
Sin duda, no es tema fácil de tratar, especialmente cuando se trata de nuestras acciones y las repercusiones en la vida de los demás y más aún si se trata de millones y millones de almas. Reconozco que tratar el tema aquí es difícil, no porque sea tabú (no lo es) sino que abarca muchas cosas y elementos nuestros, por lo que he pedido ayuda a una amiga a quien quiero bastante. Aun así, me atreví a hacerlo por los aires de cónclave que se acercan apenas se declare Sede Vacante el 28 de febrero, porque sé que muchas personas se proyectan en los candidatos y quién será el nuevo Papa y que acciones tomará.
Hablar de renovación para muchos es coger una manzana del árbol de la discordia. Algunos hablan de modernidad, de abolir lo que está "pasado de moda", de "hacer limpieza", eliminar alzacuellos y distancias entre los asientos y el altar; otros lo relacionan con cambios esenciales y necesarios para caminar al mismo tiempo con el mundo; o la necesidad de dar respuestas a temas candentes y complicados; pero considero que los cambios son inútiles si no los hacemos por amor y lo hacemos por regla. Ahí está (o debería estar) la clave para una verdadera renovación. Más que la definición del concepto, es necesario tener claro la finalidad de ésta.
¿Son necesarios los cambios? Y si piden cambios ¿Qué cosas se deberían cambiar? ¿Qué cambios debería procurar el nuevo Papa? Para los que no desean cambios ¿Qué cosas se deberían mantener y qué otras tanto mejorar? ¿Por qué dejar las cosas tal como están y en qué se basan? ¿Es necesario un Papa reformador, con un verdadero sentido del progreso? ¿O ante la creciente agresión y persecución a la Iglesia se necesita un Papa con mano de hierro que logre acallar todos los conflictos internos? ¿O un Papa con un corazón dócil, que nos ayude a comprender voces diversas, dentro y fuera de la Iglesia, para ser verdaderos testigos de la paz de Cristo? ¿Un Papa compasivo, con corazón de pastor, que sane las heridas de una Iglesia profundamente herida con los escándalos que nos ha sumido en una crisis y sepa lo que necesitan las ovejas? ¿Es necesario el lenguaje del corazón o el de la autoridad (considerando que hablar ambos idiomas es imposible)?
Yo tengo mis dudas, no sé qué dicen ustedes, pero tengo muy presente las palabras del Papa Benedicto XVI en su penúltimo ángelus del domingo antes de su retiro espiritual: "La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios renegando del orgullo y del egoísmo para vivir en el amor". Esto me lleva a pensar en lo siguiente: El servicio que prestan varias personas en sus respectivas comunidades ¿Lo hacen de corazón o por obligación? ¿Lo hacen por seguridad propia, sin dar oportunidad a otras personas para que también puedan servir pastoralmente? ¿Se han permitido las voces jóvenes? ¿O se han afincado en la gerontocracia (gobierno de los ancianos), relegando a los jóvenes y a los niños a un segundo plano? En este último tiempo, el Papa nos ha dado la lección de que el ministerio petrino no es ser “jefe” del magisterio del pensamiento, sino un ministerio de unidad y de comunión. Las palabras de Cristo encierran la clave a través del evangelio de San Marcos cuando nos dice que "Nadie remienda un vestido viejo con un pedazo de género nuevo, porque la tela nueva encoge, tira de la tela vieja, y se hace más vieja la rotura. Y nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos, porque el vino haría reventar los envases y se echarían a perder el vino y los envases. ¡A vino nuevo, envases nuevos!".
Y esto, a su vez, también nos lleva a pensar en otro punto: ¿Por qué participar en la vida de la Iglesia? ¿Solamente porque va la persona que le agrada? ¿O quizás va forzado/a? ¿O porque el curita es de su afinidad? ¿O porque hay un deseo de parecerse a Cristo, reconociendo además que se está necesitado/a del perdón? ¿Se agradece o solo se pide cosas? ¿O existe una participación activa pero sin interés en los demás? ¿Realmente se sienten parte de una comunidad, una familia o se sienten desconocidos entre desconocidos, en vez de sentirse hermanos y hermanas en la fe, todos hijos de un mismo Padre? ¿Hay amor? ¿Existe empoderamiento en los laicos, cuando el sacerdote necesita colaboración, o no hay diálogo?
Y también nos conduce a otro punto: el testimonio. Una fe sin obras es una fe muerta. ¿Hay un verdadero testimonio en la vida de los cristianos? ¿O solo es apariencia, cayendo en un "fariseísmo cristiano"? ¿Esto ha sido la razón por la que los templos no se llenan? ¿O acaso será porque hay poco amor y ellos, al no recibir el amor que esperan, se van alejando? ¿Hay verdadero amor en las comunidades? ¿O solo hay interés, competencia, envidia y conflictos? ¿Podría ser también el “aburguesamiento” de la fe (buscar posición social y/o económica a través de la pertenencia a algún credo)? Lo que he visto en algunos iglesias de Asia es anotar una lista los nombres de quienes van a misa, y a los que rara vez participan o están de paso (de otra ciudad o país) son recibidos con gran acogida al finalizar la misa, ya que los mencionan como parte de los avisos parroquiales. Conozco el caso de un mexicano en Japón, que jamás había visto tal cosa, confesando que casi nunca iba a misa pero quedó agradecido por ese gesto tan significativo.
Muchas personas, aunque muchos se esfuerzan hasta las últimas consecuencias, no ven a un seguidor de Cristo con buenos ojos. Un judío le escupiría al paso, un ateo se burlaría, o un musulmán amenaza con la muerte a alguien que se convierte en cristiano. Entre diferencias de credo, surgen problemas incluso entre familias. ¿Hay presencia de posiciones teológicas peligrosamente estrechas o peligrosamente amplias? ¿O depende de cómo se debería enseñarla? ¿Será necesario volver a abrir las ventanas para que entre aire fresco? ¿Realmente hay un verdadero cumplimiento del mandamiento de Cristo cuando dijo “Ámense los unos a los otros” o somos inquisidores en nuestras acciones? ¿Realmente hay un interés de unificación o de división, considerando que en cada Eucaristía siempre se implora “Un solo Señor, una sola Iglesia, una sola fe”; “llenos del Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”; o las palabras literales de Cristo “Que todos sean uno”? ¿Somos así, incluso con quienes están en búsqueda de Dios o quienes no tienen interés en buscarle? ¿Se ha olvidado retomar la caridad?
Volviendo al seno de nuestra Iglesia, en cuanto a lo “administrativo”. ¿Realmente es eurocéntrica, por mucha colegialidad y diversidad de rostros y culturas que se perciben en cada ministro y prelado de la Iglesia? ¿La pasión por legislar y organizar ha terminado por perder de vista los propósitos divinos? Si se acabara el eurocentrismo y se diera paso a una mayor diversidad cultural en nuestra Iglesia jerárquica ¿El choque cultural y de idioma supondría interferencias en la transmisión de la Buena Nueva, considerando que el lenguaje es imperfecto, construido por el hombre, cambiante por cada cierto tiempo? ¿Existe disponibilidad para un pentecostés en la globalización del siglo XXI? ¿Algunos clérigos realmente son ejemplo del Buen Pastor (escuchar y saber lo que necesita el Pueblo de Dios)? ¿Realmente se les alimenta con el Pan de la Vida, o se les alimenta con piedras? ¿Se les alimenta con amor o con legislaciones? ¿Conocen de verdad el lenguaje y la práctica de su pueblo, o son ajenos a ello? Y si es que lo son ¿Hay interés en ello por ser mejores pastores? ¿O el propio pueblo les ayuda a ser mejores pastores, habiendo una relación interactiva entre ellos? ¿O será que hemos olvidado que los pastores también son ovejas? ¿Hay necesidad de otro nuevo Concilio? En el aspecto vocacional ¿Realmente los que sienten llamados a la vida consagrada tienen deseos de ser pastores o de ser burócratas de la fe? Además de orar por las vocaciones ¿Hay otras acciones que se hacen por ellos? ¿En los jóvenes buscan diversidad o uniformidad para “reclutar” seminarios? ¿Cantidad o calidad? ¿Propician oportunidad para ello, dando espacio a la acción de Dios? La llamada crea la vocación, y la vocación crea al pastor.
En cuanto a Pueblo de Dios. ¿Son activos o pasivos en cuanto a participación externa e interna? ¿Hay conciencia de libertad religiosa, o creen porque sus padres creyeron? ¿Hay un análisis de por qué abrazan la fe? ¿Será eso un gatillante de la ignorancia religiosa? Si esto es así, es notoria la necesidad de aferrarse al extremo de imágenes religiosas, atribuyendo casi algo mágico, llegando a ser supersticioso, observando muchas medallas y estampas pero poca devoción. ¿Cómo enfrentar este dilema, si ellos se resisten a aceptar otras posiciones, venga de quién venga? ¿Hacerles entender en nombre de la autoridad o del amor (vuelve la pregunta)? El aferrarse al algo físico ¿Es una gran limitante a llevar una vida de fe? ¿Será posible dar un salto de fe en plena oscuridad en medio de un abismo? ¿Se tiene suficiente fe para ello? Rene Descartes había dicho que “el hombre está en el medio, entre Dios y la nada, y debe elegir”. Es necesaria una búsqueda de ese Dios que comparte nuestras derrotas y caídas: el Dios que nos revela Cristo, el Dios de la impotencia, del despojamiento, de la frustración, de las lágrimas amargas, que no resuelve la cuestión del mal, la cuestión de la muerte pero que la afronta, solo, desnudo, llorando y en medio de la angustia, abandonado incluso por su Padre. Y así la atraviesa y triunfa sobre ella. Este encuentro radical y profundo solo puede ser encontrado y servido en el corazón de nuestra propia pobreza, despojarnos hasta el extremo. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Jesucristo, en su Ascensión, prometió que estaría junto a nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Pero ¿De verdad hay fe o se deposita la confianza únicamente en los medios? ¿Realmente la gente es dócil a la sabiduría de Dios, aun cuando para otros es locura? ¿Hay apertura a lo improbable, a lo inesperado, a aguardar sin esperar nada, sin cuestionamientos, como arcilla que se deja moldear por Dios para ser un vaso nuevo? ¿Realmente se ama sin medida, o hay mezquindad? ¿Se perdona de una vez, o de a poco? ¿O no hay perdón?
No pido que estas preguntas sean contestadas enseguida, ni siquiera que las escriban, sino que las tengan presente. Según nuestras realidades y nuestra forma de buscar a Dios, las respuestas cambiarán. Quizás haya olvidado algunas preguntas, o ustedes tienen otras preguntas que a mí no se me ocurrió hacerlas. Son para nuestra autocrítica como miembros de la Iglesia, visto desde dentro y desde afuera. También son preguntas que nos deben iluminar para orar por el cónclave que se viene para que el Espíritu Santo ilumine al Colegio Cardenalicio y así elijan al prójimo hombre que le toque calzar las Sandalias del Pescador. Sabemos que no la tenemos nada de fácil, pero Dios siempre ha estado con nosotros en estos casi 2000 años. Cada uno/a de nosotros/as somos hijos de la Iglesia, somos la Iglesia, somos Iglesia. Sal de la Tierra y luz del mundo, nosotros mismos somos los que debemos comenzar por los cambios. Ser luz para alumbrar las oscuridades de otros, incluso entre nosotros mismos. Dar sabor a un mundo desabrido y a los amargos. Servir y no ser servidos, anunciar y denunciar. No olvidar que Cristo es el protagonista y no nosotros, por mucho que nos necesite.
Con nuestras dudas y limitaciones, marcaremos la diferencia en el mundo.
 
P.D.: Muchas gracias Jocelyn por tu apoyo, por las inquietudes planteadas y por las respuestas. Te quiero mucho, mi querida amiga.

1 comentario:

  1. Kristina Dokulilová5:18 a. m., febrero 21, 2013

    Querido Pablo! Muchas gracias por mandarme el enlace al ensayo tuyo. Me hizo reflexionar sobre tus preguntas tan esenciales, gracias por ello!

    Escribes: “Los cambios son inútiles si no los hacemos por amor.” Estoy mucho de acuerdo con esta frase, pensando en la situación absurda en una de las dos parroquias de mi ciudad. Los parroquianos, en vez de formar una comunión enlazada con el amor entre sí, están divididos.. Demandan muchos cambios (lo formal acerca de la misa) pero todavía no han descubierto lo más importante que pasa- la desaparición de la unidad, y que lo esencial no consiste en las cosas formales sino en la pureza de nuestros corazones, en el fervor de nuestro amor.

    Al fin y al cabo, esa frase tuya lo resume todo. Me recuerda lo que escribió San Agustín: “Ama y haz lo que quieras.” Amar , amar a Dios y a toda la gente, es nuestra misión. Si experimentamos una sóla vez el Amor verdadero de Jesús, llegamos a ser testimonios imperfectos de su Amor en la Tierra.

    Tu preocupación por la iglesia y el mundo es tan fuerte- me motiva a mí también a buscar respuestas.

    Abramos la ventana. Pero primero dejemos pasar al Espíritu Santo para que guíe cada nuestra decisión.

    Gracias Pablo, Dios te cuida+

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