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lunes, 1 de octubre de 2012

Para quienes nos atacan y nos odian a nosotros, los pecadores (pero también, los salvados).

 
Como reza el título, este mensaje va para todos ellos: no católicos, "católicos" tibios, a quienes no conocen el "Extra ecclesiam nulla salus", a quienes no se atreven a mirar a Cristo, a quienes piensan erradamente que el Papado es puro cuento (y de paso, dejar a Cristo como si hubiese dicho mentira, dicho aquello es una herejía), a nuestros críticos, a nuestros torturadores y verdugos cotidianos (que no paran de reirse de nosotros y ridiculizarnos con el escarnio de Herodes), a nuestros perseguidores a muerte, a quienes nos odian simplemente por nuestra adhesión, a quienes nos acusan de los errores de nuestros sacerdotes, a quienes se escandalizan y nos abofetean con declaraciones sacadas de contexto como el siervo de Caifás, a los profesionales que buscan enlodar la Iglesia (como los señores Grez y Hermosilla y otros tantos), a quienes quieren obtener grandes sumas de dinero en sus sueldos con magnificar nuestros errores y sembrar el odio a nosotros en las portadas de sus periódicos (como el The Clinic, el New York Times, etc.) a nuestros asesinos bajo el nombre de alguna ideología, a quienes nos calumnian, a quienes se esfuerzan con falsas pruebas, a Richard Dawkins, a quienes se proclaman "tolerantes" o "demócratas" pero no actúan así con un cristiano bajo ningún motivo, a quienes buscan legalizar el genocidio en nombre de la libertad bajo una supuesta democracia y a tantos otros, les quiero decir que no los odio, los perdono por perseguirnos, oro por ustedes, no les deseo el mal bajo ningún pretexto porque a pesar de ello, siguen siendo mis hermanos (por eso no los he llamado "enemigos", no estoy de acuerdo con llamarlos así), aún así cuando me vean como "políticamente incorrecto" o "elemento peligroso". Y si nos llaman pecadores, les digo esto:
¿Somos pecadores? Sí, desgraciadamente. Y sin embargo, somos, ante todo, los "salvados", los "amados". Y precisamente porque somos los salvados, los amados, los preferidos, podemos reconocer nuestro pecado, nuestros pecados, y suplicar a Nuestro Padre: "Devuélveme la alegría de de haber sido salvado". Ser pecadores no nos define, no nos designa ante Dios. A Dios no le interesan nuestros pecados; solo le interesa nuestro regreso. Como el padre de la parábola, que espera el regreso de su hijo y no le pide cuentas por los bienes que ha dilapidado y la vida de desenfreno que ha llevado, Dios nos espera y nos recibe sin llevar la cuenta de nuestros pecados, sin tenerlos en cuenta en absoluto. El regreso del hijo es la alegría del padre. Lo que nos designa ante Dios es el amor del que nos colma, es la alegría del Cielo cuando nos volvemos hacia Nuestro Padre. Mirémonos en el espejo que Dios nos tiende. Lo que vemos en él son los rostros de hijos e hijas colmados de amor; lo que nos mira desde él es nuestro futuro. Por eso, no nos dejaremos desfigurar por quienes nos arrojan nuestros pecados a la cara.
Alegrémonos en el Señor, porque somos sus bien amados.

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