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jueves, 11 de octubre de 2012

Antes del Concilio Vaticano II


Por los 50 años de la inauguración del Concilio Vaticano II, me dí el tiempo de transcribir momentos de una película basada en la vida del Papa Juan XXIII, un Papa que no prometía mucho pero dejó boquiabierta a toda la Iglesia tras convocar a este acontecimiento cuya finalidad es hacer que la Iglesia y el mundo caminen juntos. Estos momentos son previos al Concilio, a modo de antecedentes.
Aún queda trabajo por hacer, pero es un gran desafio por delante.
 
 
En un momento de trabajo al aire libre en los jardines de Ciudad del Vaticano, se encontraban Juan XXIII y Mons. Loris Capovilla, su secretario particular y prelado de honor, redactando un carta en la que una mujer manifestaba su deseo de casarse, pero el sacerdote no podía hacerlo ya que el novio es comunista.
Juan XXIII, dirigiéndose a su secretario que estaba presto para escribir:
Juan: Por favor, escriba esto: "Al sacerdote de la Parroquia de Sotto il Monte. Queridísimo P. Atilio: una de sus parroquianas ha venido hasta mí, y ahora yo voy a usted, de colega a colega. Usted es el párroco de mi pueblo y yo, soy humildemente, el párroco del mundo..."
Mons. Loris seguía escribiendo al dictado, hasta que fue interrumpido por Mons. Domenico Tardini, el Secretario de Estado. El obispo, inclinando su cabeza en respeto al Pontífice, se sentó a su lado. El Papa Juan le alcanzó una carpeta roja.
Juan: Aquí están los nombramientos de los nuevos cardenales.
Tardini: Mejor hablemos arriba, en la oficina. ¿Le gustaría ir arriba, Su Santidad?
Juan: No, no no no no. El aire fresco se siente muy bien.
Mons. Loris se disculpó y haciendo ademán de retirarse para que Papa y Obispo discutieran los nuevos nombramientos para el primer Consistorio de su pontificado, Mons. Tardini agradeció y pidió los nombramientos al Pontífice.
Juan: Ah, si. Mi primer nombramiento para cardenal es... Montini, Arzobispo de Milán.
Le señaló el texto a Tardini, llevándose un asombro y repitiendo el apellido del Arzobispo.
Tardini: ¿Montini? ¿Cardenal?
Juan: Si.
Tardini: ¿Es el primer cardenal que quiere nombrar, Su Santidad?
Juan: Si, al Arzobispo de Milán. Es un hombre de fe, de doctrina. ¿Qué es lo que sucede?
Tardini: Algunos creen que las ideas de Montini son muy... muy avanzadas. Desequilibraría la balanza.
Juan: Montini mira lejos y por tanto, llegará lejos.
Mons. Tardini asintió entonces, y siguieron repasando los nombramientos.
Juan: Y aquí están estos... y este.
Tardini: ¿Rugambwa?
Juan: Él ha hecho un gran trabajo en Tanzania.
Tardini: Pero es la primera vez que un africano...
Juan: Si, y también el primer filipino, el primer mexicano...
Tardini: Y un japonés.
Juan: Si, y de esta forma representaremos a todas las razas del mundo ¿No es maravilloso?
Tardini: Su Santidad, yo pienso que la lista es muy larga, hemos subrepasado la cifra máxima para el Sacro Colegio Cardenalicio.
Juan: ¿Y cuál es el máximo?
Tardini: 70 cardenales. Ha sido la costumbre por casi 500 años. Hay un decreto de Sixto V que dice...
Juan: En esa época la Iglesia solo trataba con Europa. Ahora son 5 continentes. Pienso que nos podemos exceder, Cardenal Tardini.
Tardini: (con asombro y emoción) ¿Yo? ¿Cardenal?
Juan: Por supuesto, pienso que su nombre se vería muy bien.
Para Tardini fue una sorpresa el enterarse que el Papa Juan XXIII, deseaba contar con su ayuda y consejo, a través de su nombramiento como cardenal. No entendía porque él deseaba tenerlo a su lado, sabiendo que el Pontífice tenía una posición de apertura y él, conservadora, y por lo general, no siempre eran de su agrado las iniciativas del Papa Juan. Ahora que su salud no era buena, no se sentía seguro de aceptar o no lo que el Señor le confiaba por boca del Vicario de Cristo. Había rechazado el nombramiento como cardenal cuando Pío XII se lo propuso. Intentó rechazar el nombramiento para el puesto vacante de Secretario de Estado de parte del Papa Juan, pero él le pidió obediencia y aceptó. Lo único que deseaba era retirarse y continuar con su labor de asistencia y adopción a los niños huérfanos de la Villa Nazaret, recaudando dinero para ellos. Conmovido, nunca había buscado el nombramiento, de modo que le presentó al Pontífice su parecer, con voz temblorosa.
Juan: ¿Qué le pasa, no está de acuerdo?
Tardini: Por el contrario, me siento muy honrado... pero no creo que mi salud vaya a ayudarme, yo preferiría que Su Santidad...
Juan: Si usted se rehúsa, yo me veré obligado a forzarme a imponerle obediencia.
El Secretario de Estado, viendo que no podía rechazar el capelo cardenalicio, besó el Anillo de Pescador, prometiendo obediencia.
 
Juan XXIII citó a los cardenales Montini, Tardini y Ottaviani, Secretario del Santo Oficio y principal guardián de la ortodoxia en materia doctrinal. Alfredo Ottaviani presentó al Pontífice un texto que acababa de llegar el mismo día al Vaticano y que pertenecía al Arzobispo Josyf Slipyj, detenido con otros obispos por los soviéticos por lamentar la victoria del comunismo en Ucrania, y condenado a trabajos forzados en un gulag.
Ottaviani: Este es el breviario de Mons. Slipyj. Llegó con un mensaje de los soviéticos.
Montini: En el mensaje, ellos piden un apoyo de la Santa Sede. Podríamos poner como condición la liberación de Mons. Slipyj.
Ottaviani: Es un momento equivocado para negociar.
Juan: ¿Me puede decir la razón?
Ottaviani: Los estadounidenses nos han informado que Fidel Castro está a punto de tomar el poder en Cuba con el apoyo soviético.
Tardini: Deberíamos hacer que nuestro Nuncio Apostólico en la Habana, regrese a Roma.
Juan: ¿Por qué deberíamos hacerlo?
Ottaviani: Castro es un revolucionario. Los católicos en Cuba compartirán el mismo destino de los católicos en Rusia.
Juan: La Iglesia, yo creo, debe permanecer con su gente. Es mejor que el Nuncio permanezca en su cargo hasta que sea expulsado.
Ottaviani: Hasta que sea expulsado... o arrestado.
Juan: Nuestra tarea es testificar por Cristo.
Ottaviani: Siberia, Berlín, Cuba, el mundo libre está sitiado, Santo Padre. La Iglesia no debe mostrar ninguna debilidad.
Juan: Exacto, de eso se trata.
 
"Benditos sean los que hacen la paz", palabras tomadas del Evangelio que el Papa Juan XXIII tradujo del breviario en ruso de Mons. Slipyj, cita que el Arzobispo subrayó estando en cautiverio. Parecía ser escrita en respuesta a las preguntas que el Vicario de Cristo tenía sobre su deseo de propagar la paz.
De noche, en el despacho de su habitación, se tomó una pausa y miró la Plaza de San Pedro por la ventana, y en una de las fuentes de 8 metros discutía una joven pareja de novios. Él tomaba de la mano de la chica, pero ella lo rechazó con brusquedad y caminando por separado, él deja de caminar la detiene sujetandola suavemente del brazo, se miran, se hablan, se abrazan, se besan, y se van abrazados. El Papa sonríe paternalmente.
Al día siguiente, durante la hora del desayuno al mismo tiempo que suenan las campanas, Guido el mayordomo conversa con el Pontífice. Lo acompaña Mons. Angelo Dell'acqua, miembro del personal de la Secretaría de Estado y Arzobispo de Calcedonia.
Guido: Este cafe es más ligero, Su Santidad. De Santa Clara, como lo pidió.
Juan: Espero que solo el café que me produce esta sensación de ardor en el estómago, Guido.
Dell'acqua: Su Santidad, el Papa es un bastión de salud.
Guido se retira.
Juan: P. Angelo, siéntese. Quiero hablar con usted.
Dell'acqua, tomó asiento y escucha atento. A medida que lo escucha, sonríe.
Juan: Me dí cuenta de algo importante anoche. Yo ví a dos jóvenes que estaban abajo en la Plaza en medio de la noche. Estaban peleándose, y después se van juntos abrazándose. Y al observarlos, me pareció ver a toda la gente joven del mundo y pensé "¿Qué estamos haciendo para preparar el futuro para esos dos que están abajo? ¿Qué estoy haciendo por ellos?". Para estas familias que se están formando.
Dell'acqua: Usted es el Papa.
Juan: No es suficiente. Debemos hacer más, mucho más.
Dell'acqua: ¿Más?
Ese mismo día, durante un acto en la inauguración de un Cristo crucificado en el que asistieron varias personas, incluyendo a buena parte de la Curia Romana (sobretodo Cardenales), el artista de dicha obra presentó sus respetos al Papa mientras los fotógrafos inmortalizaban el momento. Lo acompañaban el Cardenal Tardini, Secretario de Estado, y Mons. Capovilla, su secretario particular.
Tardini: ¿Qué piensa de esto, Su Santidad?
Juan: Nuestro Señor ha estado arriba durante 2000 años con sus brazos abiertos ¿Qué le parece? ¿Y nosotros dónde estamos? Estamos llevando el Mensaje de Cristo.
Tardini: Bueno, la Divina Providencia nos ha iluminado el camino.
Juan: Tal vez, pero me dí cuenta de algo anoche: ¿Cómo puede la Iglesia pedir por la paz mundial, cuando aún no puede encontrar paz dentro de ella misma?
Tardini: Su Santidad, con todo el respeto, no le entiendo.
Juan: La Iglesia debe hallar una nueva forma de hablar a los corazones de los hombres.
Tardini: ¿Nueva manera?
Juan: Si, porque las verdades de la Iglesia son inmutables, pero ahora podemos cambiar las formas de comunicarlas. En otras palabras, una renovación.
Tardini: ¿Y cómo sería esa renovación?
Juan: Anoché yo tomé una decisión. ¿Cuántos cardenales hay en Roma actualmente?
Tardini: 37.
Juan: Bien. Por favor, dígales que quiero tener una charla con ellos esta tarde, Como viejos amigos.
Papa, secretario y cardenal, prosiguieron su camino conversando.
 
Esa misma tarde en la Basílica de San Pablo de Extramuros, cada clérigo de la Curia usaba sus vestiduras litúrgicas, rojo y púrpura acorde a cada rango. Los cardenales y obispos, con sus sotanas, roquetes, manteletas y birretas; mientras que algunos obispos y prelados de honor, con sus sotanas negras y farriolos (capas), los portadores y los guardias suizos. Acompañaban a Juan XXIII, revestido con una muceta de terciopelo rojo y la cruz pectoral sobre su sotana, era acompañado por dos prelados de honor (entre ellos, su secretario personal) y Mons. Angelo Dell'acqua.
Entre los cardenales se encontraba el "Carabinieri della Chiesa", el Cardenal Alfredo Ottaviani, a quién en su calidad de Secretario del Santo Oficio, esta iniciativa del Papa no le hacía mucha gracia. Recordaba el cónclave de 1958 tras la muerte de Pío XII, después de diversas estrategias fallidas para evitar un posible papa francés o progresista y sin conseguir los 35 votos necesarios para la elección de aquel entonces, al pasar 3 días de cónclave él sugirió mantener el conservadurismo en la Iglesia eligiendo a alguien "manipulable, de edad avanzada, sin ideas fijas, inofensivo, sin ambiciones, alguien que se deje guiar y preservar". Ottaviani ocupaba un lugar entre los considerados favoritos para calzar las sandalias del Pescador, junto a Siri, Valeri, Rufini y Agagianian; pero prefería ser elegido en casos de "extrema necesidad", Siri era conservador pero era de corta edad (querían un Santo Padre y no un "Eterno Padre") y Agagianian, era parte de la Curia pero no era italiano. Angelo Roncalli, el Patriarca de Venecia, no era considerado dentro de los favoritos y ni siquiera buscaba ser elegido, pero las características que dictó Ottaviani para mover los hilos del Cónclave, terminaron por elegirlo, pensando que así continuaría la ortodoxia manteniendo un rol pasivo, pero jamás pensó que la esponteidad y sencillez serían testigos de la gran iniciativa que Angelo Roncalli, Juan XXIII, tomaría enseguida.
Ottaviani, sin ocultar su disgusto, con otros cardenales y algún obispo, manifestaban su preocupación.
Ottaviani: ¿Reevaluación? ¿Qué quiere decir con eso?
Tardini: Nuevas palabras, dijo él.
Ottaviani: ¿Qué cree que significa reevaluación?
Obispo: No lo sé. La fuerza de la Iglesia se basa en sus tradiciones. Quítelas y la Iglesia desaparecerá.
Ottaviani: Este no es el momento para ser excéntricos. Habrá que bloquear lo que se proponga. Pase la voz (dirigiéndose a un cardenal que estaba a su derecha). Hasta ahora... le hemos dado libertad pero debemos puntualizar que nuestra misión ha tenido continuidad por tanto tiempo es porque hemos respetado las tradiciones de la Iglesia.
Y haciendo un gesto de "pasar la voz", el vecino cardenal repitió el mensaje a otro cardenal a su derecha.
El Papa Juan, con una roja carpeta en las manos, la devolvió a Mons. Dell'acqua que se encontraba a su izquierda y habló.
Juan: He pensado mucho durante las últimas horas en los grandes peligros que amenazan la paz y en las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Por lo tanto, he tomado una decisión. Hermanos míos, ante ustedes anuncio, con cierto temblor de emoción, la propuesta de un gran Concilio de la Iglesia.
Unos a otros se miraron con sorpresa la gran mayoría de los cardenales, especialmente para Ottaviani que fue como si le hubieran arrojado un gran balde de agua fría.
Juan: Un Concilio Ecuménico, tan pronto como sea posible. No se discutirán dogmas, solo tratará la manera como la Iglesia reacciona a los problemas de hoy día. Y para hacer esto, pediremos, imploraremos, la ayuda de todo el mundo cristiano.
 
Mons. Loris sostenía una carpeta que mostraba al Secretario de Estado, el Cardenal Tardini, en presencia del Papa Juan XXIII.
Juan: Mire, cartas de estímulo venidas de todas partes del mundo. Los obispos me están escribiendo, también misioneros, gente común, incluso niños del colegio. Escriben "Querido Papa Juan" y mi corazón se sobrecoge.
Tardini: Verá, Su Santidad, hubo demasiado asombro en la Curia. Ellos pensaron que usted iba a tratar asuntos más urgentes, como los nuevos experimentos atómicos, los de los soviéticos.
Juan: Así es el Conservatorio Romano y la ciudadanía católica. No han mencionado el asunto.
Tardini, abriendo los brazos, se encogió de hombros. Sin duda, un raro gesto en Roma.
Juan: El Obispo de Nueva York, bendita sea su sinceridad, dijo que el Concilio sería un fracaso.
Tardini: Un Concilio es un evento extraordinario. Solamente ocurrieron 2 en 5 siglos, Su Santidad. Solo serían necesarias docenas de años para preparar uno. ¿Sabe, Santo Padre, que nunca estaremos listos para 1963?
Juan: ¿No lo estaremos?
Tardini: Bueno... no.
Juan: Bueno... si no se hace en 1963... entonces lo haremos en 1962.
Tardini: (con resignación) Que el Espíritu Santo lo ilumine siempre, Su Santidad.
Y dando media vuelta, se marchó. Mons. Loris Capovilla interpretó estas palabras con una cierta tonalidad de voz como un desacuerdo frente a la iniciativa del Papa. Pero Juan, suavemente alcanzó a detener al Cardenal Tardini.
Juan: No es él quien me está ayudando, soy yo quien está ayudando al Espíritu Santo. Él es quien hace todo. El Concilio fue idea suya.
 
Máquinas de escribir, telefonos y carpetas con informes en todos lados mantenían ocupados a sacerdotes, obispos y cardenales, incluso a religiosas y seminaristas. El Card. Tardini encabeza este gran grupo de trabajo.
Tardini: No no no no, yo no creo que eso sea posible.
Un obispo se acercó.
Obispo: ¿Cuánto va a costar todo esto?
Tardini: Todavía no lo hemos calculado. De cualquier forma, que cueste lo que cueste.
Silenciosamente el Papa Juan hizo su aparición con su secretario y apenas lo notaron los presentes, dejaron de lado sus ocupaciones e hicieron silencio.
Juan: Eminencias.
Tardini: Su Santidad, pudo haberme llamado.
Juan: Prosigan con su trabajo (los presente continuaron con sus obligaciones). Quería ver a todo el Concilio trabajando.
Ambos sonrieron. Juan se interesó en uno de los documentos, y Tardini se lo alcanzó.
Juan: ¿Me permite?
Tardini: Estas son las invitaciones. Las estamos enviando a casi 3000 obispos de todo el mundo.
Juan leía atento, hasta que algo lo llenó de curiosidad de esas hojas.
Juan: ¿Qué es esto?
Tardini: Un cuestionario. Hemos preparado unas preguntas para tener las opiniones de las personas.
El Papa lo meditó un instante, pero pareció no ser de su agrado.
Juan: No, yo preferiría que no. Permitamos que todos tengan la libertad de decir todo lo que quieran. El tema del Concilio lo decidirán ellos, no nosotros. ¿Le enviaron una invitación a nuestro hermano Slipyj?
Tardini: No, no tiene sentido. Nunca la recibirá, Santidad, siempre filtran las cartas.
Juan: Envíele una sin embargo.
Tardini asintió.
 
En una cancha de fútbol de tierra en el Vaticano, arbitraba un sacerdote de sotana y zapatillas en el que varios niños jugaban. Todos ellos eran vulnerables, algunos huérfanos y otros de familias pobres, y eran asistidos por el Cardenal Ottaviani. En su labor como "Gran Inquisidor", su cariño y sensibilidad contrastaba demasiado con su celo por la ortodoxia. En un balcón presenciaban el partido los cardenales Ottaviani y Tardini, en compañía del Papa Juan XXIII.
Ottaviani: Miren como controla el balón. Será un profesional algún día. ¡Pasa el balón! ¡Pásalo! (y dirigiéndose al Papa) Pago el equipamiento de los niños con mi salario de cardenal y cuando necesitan nuevos libros, también se los compro.
Juan: (Aprobando su actitud) ¡Muy bien hecho! ¡Una actitud maravillosa!
Ottaviani: La tuve mientras veía a los niños jugar en las calles, cerca de San Pedro. Niños de familias pobres, como la mía. Mi padre era pastelero en Trastevere...
Juan: Por favor, eminencias ¿Qué es lo que están tratándo de decirme?
Dudando un poco, como para aclarar sus ideas, finalmente habló el Cardenal Ottaviani.
Ottaviani: Podemos crear, Santo Padre, sin tener que llegar a destruir.
Juan: (Asintiendo) ¡Precisamente por eso quiero realizar el Concilio, para prevenir la destrucción de todo!
Ellos lo miraron como si se cerraran a entender.
 
Días después, en los trabajos para los lineamientos del Concilio, muchos prelados no disimulación su reprobación frente a diversas propuestas en las cartas que recibían. Un sacerdote le alcanzó una carta a Mons. Angelo Dell'acqua y éste le agradeció. Llegaban más cartas cada vez. Sacerdotes, laicos, religiosas, obispos y cardenales se movían como ardillas en medio de llamadas telefónicas, papeles y máquinas de escribir.
Dell'acqua: Este le pide a la Iglesia que apoye la revolución campesina en Perú.
Cardenal: Eso no es nada. Vea esta carta (se le extendió) Es de un obispo a los Países Bajos.
Dell'acqua la leyó detenidamente.
Dell'acqua: ¡Oh no!
Cardenal: Se sienten con libertad de expresar su opinión, gracias al Concilio.
Dell'acqua: Si, pero... ¿¡Ordenar mujeres!?
En ese momento ingresa el imponente Cardenal Ottaviani, mientras un monseñor le saluda.
Ottaviani: ¡Buenos días a todos!
Todos: ¡Buenos días!
Ottaviani: Lea esto (entregando una carta a Mons. Dell'acqua). Es de un obispo belga que quiere la anticoncepción en la agenda (luego la quitó de las manos, arrugando la hoja) ¡Intolerable!
 
Tardini, en los pasillos del Vaticano, entregaba instrucciones a un sacerdote para cumplir unas obligaciones. Sin darse cuenta que se acerca el Cardenal Ottaviani, notó su presencia al oir su voz que leía un txto conocido para él.
Ottaviani: "Todos los reunidos hoy aquí, nuestros corazones se emocionan, que todos los santos lo protejan y en su cumpleaños lo bendigan".
El Cardenal Tardini recibió el texto, tapándose un poco la boca por la risa.
Ottaviani: ¿Recuerda estos versos? Los escribí en el seminario, cuando usted cumplió 21 años, un sentimiento que no ha cambiado con el paso del tiempo. Esto me obliga a preguntarle por qué su alma está tan atormentada. Está menos combativo. ¿Es su salud?
Tardini: El doctor me dijo que no me esforzara demasiado (evitando la mirada de Ottaviani, que se mostraba insistente).
Ottaviani: ¿Alguna otra razón?
Tardini dudó en hablar, pero se atrevió.
Tardini: ¿Y qué pasa si tiene razón?
Ottaviani: ¿Razón?
Tardini: Así es. Suponga usted que esta idea del Concilio es lo correcto.
Ottaviani: Admito que respecto a Su Santidad puede pensar que estamos del otro lado, que estamos en una lucha de poder. Pero dígame ¿Alguna vez hemos hecho algo para sacar provecho? Ahora queremos salvar a la Iglesia de su aniquilación. Infortunadamente, el Papa no acepta que el enemigo es peligroso.
Tardini: Fisher, el Arzobispo de Canterbury, llegará mañana ¿Sabe?
Ottaviani: Invitar a la cabeza de la Iglesia Anglicana es un gran riesgo. Tenemos que hacer algo.
 
Al día siguiente, en la Porta Angelica, entraba un auto en el que Geoffrey Francis Fisher, Arzobispo de Canterbury y cabeza de la Iglesia Anglicana. Un sacerdote y un monseñor lo esperaban, se saludaron y lo escoltaron a la Sala de Audiencias.
Mientras tanto, Juan XXIII no podía ocultar su molestia debido a la ausencia de personal para este momento, que se había avisado con anticipación.
Juan: ¡Es increíble! ¡Recibir al Arzobispo de Canterbury aquí, en el Vaticano, como si él no fuera nadie!
Su secretario, Mons. Loris Capovilla, se acercó al Cardenal Tardini, pidiendo alguna explicación de este infortunio.
Mons. Loris: Su eminencia, el Santo Padre había pedido una bienvenida generosa. El éxito del Concilio depende del Arzobispo de Canterbury.
Tardini: Consideramos que era una simple visita privada.
Mons. Loris: Y El Observatorio Romano lo ignora completamente. ¿Qué costaba enviar a un fotógrafo?
Un obispo presente, contestó con frialdad.
Obispo: Infortunadamente, no había un fotógrafo disponible.
Mons. Loris se retiró con impotencia.
El Cardenal Tardini, que hace unos días, además de su estado de salud, también sentía muy dentro de su corazón y contra su voluntad, la importancia del Concilio. Le apenó un poco ver la silueta del Papa Juan XXIII apoyando las manos contra la mesa, en actitud de cansancio mientras decía: "Que Dios nos ayude". El Cardenal Tardini, se acercó al Papa para confesar su verdad que tanto lo reprimía.
Tardini: Su Santidad ¿Puedo hablarle? (asintió con tristeza) Al principio, como los demás, yo no creía en el Concilio. Pero ahora al trabajar cerca de usted, me he dado cuenta que... que estaba equivocado. El Concilio será bueno para todos los cristianos... para todos los cristianos.
Juan XXIII, con una mirada de complicidad, sonrió y le tomó fuertemente de los hombros, casi sosteniendo al Card. Tardini que estaba emocionado por su confesión.
Juan: Permanezca a mi lado. Lo necesito. Los necesito a todos.
Tardini asintió.
Mientras mantenían ese momento fraterno entre Papa y Cardenal, el Arzobispo Fisher era conducido por un joven sacerdote por los pasillos del Vaticano en camino a la Sala de Audiencias. El mismo sacerdote anunció su llegada al entrar a la Sala de Audiencias, para luego hacer ingreso el Arzobispo de Canterbury.
Ninguno de los presentes se quedó indiferente. El Cardenal Tardini estaba contemplando un nuevo acontecimiento para la Iglesia, y el obispo que contestó friamente miraba reacio. El Papa Juan, con su inseparable bastón, avanzó hasta el Primado Anglicano a saludarlo con afecto, tomándole de los hombros.
Juan: Gracias por estar aquí.
Fisher: Gracias por la invitación.
Juan: Bueno, la última vez que nos reunimos fue hace 400 años (el Arzobispo Fisher sonrió).
Ya de noche, todos en torno a un telescopio, el Primado de la Iglesia Anglicana y el Vicario de Cristo seguían conversando amistosamente.
Juan: (regulando el telescopio) Amamos al mismo Dios y aquellos que dividieron nuestros caminos, murieron hace tanto. Entonces me dije "es hora de que enrollemos nuestras mangas y trabajemos para que de nuevo oremos juntos". Inténtelo (haciendo gesto de mirar con el telescopio).
Fisher asintió y miró.
Juan: Me dijeron que debía estar allá arriba a esta hora. ¿Puede ver algo?
Fisher: Tan solo veo un reflejo.
Juan: Ahí debería estar. ¿Cuál es el nombre del ruso? (Preguntando al obispo, quien ya había comprendido interiormente el sentido del Concilio).
Obispo: Gagarin.
Juan: Gagarin, el cosmonauta ruso.
Fisher: El primer hombre que ha viajado cerca de las estrellas y hacia Dios.
Juan: El primer hombre en ver la Tierra como la ve Dios.
Fisher: Así es.

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