El Jueves Santo no lo he comenzado con una obra de Bach, sino con canciones de Andrea Bocelli para un video con escenas después de la muerte de San Juan Pablo II hace exactamente una década y momentos de su pontificado (y hoy, se han cumplido esos 10 años). La música se usó de su álbum "Sacred Arias" para un DVD llamado "Credo".
Veía las escenas, un poquito emocionado, recordando lo mucho que lloré aquel tiempo cuando me avisaron que había muerto. Y dentro de esos temas, resonó el "Pietá, Signore" (Piedad, Señor) de Louis Niedermeyer, mientras hubo un momento en que se interrumpió el tema con los 3 balazos de su atentado aquel 13 de mayo de 1981. Pensé en el dificil Mandato del Amor (Ámense los unos a los otros). Esas palabras son hermosas y se pueden repetir cuantas veces quiera en muchas circunstancias, pero llega a incomodar cuando se quieren llevar a la práctica. Implica negarse a uno mismo, no quejarse ni permitirse la más mínima morisqueta de molestia, implica bajarse del caballo y quitarse la corona. Y medité como me hace falta sufrir silenciosamente, sin que se note, al ser tan expresivo. El Mandato del Amor es la más hermosa y valiosa herencia que Cristo nos dejó en la Última Cena, herencia que por nada del mundo debemos alterar o eliminar, ni mucho menos hacer la vista gorda.
A eso del mediodía, veía la Misa de la Cena del Señor del Papa Francisco en la cárcel de Rebibbia en Roma. Habían interrupciones hogareñas mientras lo veía, pero no perdí de vista el detalle del servicio a los otros. Ayer ya había pensado en el servicio a los demás cuando el P. Mariano Puga me dijo que servir a Cristo en el Altar es servir a los pobres, porque Cristo está en la Eucaristía y en quienes sufren, por lo que todo cuanto hagamos con ellos, a Él se lo hacemos.
Camino a la misa en horas de la tarde, con mascarilla y el polvo flotante, la sed me torturaba, hasta que aparecieron dos parroquianos en auto y me llevaron. Guardaron el auto en la casa de alguien y caminamos hasta la Catedral, enfrentando nuevamente el barro.
Esta vez, viví la celebración en silencio, con la mente en blanco. Me gustó no escuchar coro. No pensé en nada. Solo ayudando en el lavado de pies, recordando el servicio de los unos con los otros. La adoración a Cristo Eucaristía, muy humilde, pero me relajé completamente en este estado de oración mientras estaba arrodillado. Antes de iniciar otra odisea en el barro hasta llegar al auto para ir a casa, con un amigo nos quedamos ordenando y dejando listo para la Hora Santa de mañana viernes, Viernes Santo. Sacando un paño morado como la penitencia, doblándolo y marcándolo con agujas para cubrir al Cristo sacado del museo. Un Cristo barroco que tiene 3 o 4 siglos.
Escuché a Bach ya cuando era de noche. La obra más sublime de su repertorio, tal vez de la historia de la música o de la humanidad: "La Pasión según San Mateo". Es imposible no conmoverse con esta obra bellísima. La versión que escuché es la de Karl Richter, mi favorita. Si bien es una obra del barroco, generalmente se interpreta con instrumentos musicales de la época, pero alcanza tal dosis de dramatismo y sacralidad con una versión casi "romántica" con instrumentos contemporáneos.
El fragmento que escuché correspondía a la Última Cena, momento en que se instituyen: el mandato del amor, el servicio como emblema a través del lavado de pies, la Eucaristía en que se da en Su Cuerpo y en Su Sangre, y el Orden Sacerdotal. Recuerdo que en la Consagración, miraba fijamente la hostia hecha Cuerpo, y pensaba como Cristo se hizo tan cercano no solo quedándose en pan y vino sino a través de la mesa (Altar), lugar importante de toda comunidad en que se reúnen y comparten. Un Dios que se queda no en la soledad sino en la compañía de sus seres queridos, sus amigos. Un Dios conmovido que se ofrece como el Nuevo Cordero que pone fin a la antigua alianza de Moisés mientras otros doce cristos (menos uno) lo miran con conmoción en esa primera misa. El Cordero de Dios que no solo se hace víctima del sacrificio, sino también sacerdote y altar. Sacrificio incruento que se inmola cada día en los templos y en los rincones más oscuros de alguna cárcel de una dictadura o en medio de un conflicto armado, en público o a escondidas. Con tan poco que te haces en las manos de un ser falible que te dijo "sí", basta para darme la fuerza que necesito para toda la semana. Mi servicio es tan poco para que este pobre e indigno servidor asista al sacrificio, aunque te vales de herramientas inútiles (como decía de sí mismo Benedicto XVI) para darte a conocer, y ese servicio es algo que hago de muy bien grado. Cuando no acolito, tengo el privilegio de orar después de comulgar, y degustar momentáneamente un trozo del Cielo, especialmente con el "Ave Verum Corpus" de Mozart. Imagino cuán hermosas fueron aquellas misas tridentinas mientras se cantaba aquella obra en el momento de la comunión, pues ya mueve a pensar en las cosas eternas.
"Ave Verum Corpus" (Salve, Verdadero Cuerpo) de W.A. Mozart
Fragmento de "La Pasión según San Mateo" de J.S. Bach.
17. RECITATIVO (Mateo 26,23-29) Evangelista Él les respondió diciendo: Jesús El que introduce conmigo su mano en el plato, ése es el traidor. En cuanto al Hijo del Hombre, sigue su camino, tal ¡ay de aquél por quien el Hijo y como de Él está escrito. Pero, le valdría a esa persona no haber del Hombre será entregado! Más nacido! Evangelista Entonces Judas, que era el que le iba a traicionar, dijo: Judas ¿Soy yo Maestro? Evangelista Y Él le dijo: Jesús Tú lo has dicho. Evangelista Mientras comían, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Jesús Tomad y comed. Este es mi cuerpo. Evangelista Y tomó el cáliz, lo bendijo y se lo entregó diciendo: Jesús Bebed todos de él, porque esta es Testamento, que será derramada mi sangre, la sangre del Nuevo por muchos para el perdón de los más de este fruto de la vid, hasta pecados. Yo os digo que no beberé que llegue el día en que de nuevo lo beba con vosotros en el Reino de mi Padre. 18. RECITATIVO (Soprano) A pesar de que mi corazón se deshace en lágrimas cuando Jesús se aleja de mí, su testamento me llena de gozo. llegan a mis manos. Su Carne y su Sangre, ¡oh, preciado tesoro!, Así como en la tierra no podía sino amar a los suyos, así nos ama hasta el fin. 19. ARIA (Soprano) Quiero entregarte mi corazón, sumérgete en él, Salvador mío. Quiero abandonarme en tus brazos. Si el mundo es pequeño para Ti, sé Tú sólo para mí más que el cielo y el mundo.
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