En la Misa Crismal de hoy, se realizó al mediodía debido al toque de queda y estado de excepción constitucional. Tomé las botas de agua y salí de casa, aunque cada paso que daba era un martirio, pues me lastimaban los pies, aunque preferí sufrir esto en silencio.
Un poco más allá de la municipalidad, había gente que esperaba las donaciones, mientras resguardaban los militares. Como nunca transitaba gente el día de hoy. Esta vez, decidí cruzar el centro con charcos y todo. Aproveché de ayudar a una señora que tenía problemas para cruzar. Debería haberme frustrado pero no sucedió, pues pensaba que ese trayecto lo hacia rápidamente, y ahora me he tardado unos minutos en hacer el mismo recorrido... pero con barro.
Así, llegué a Catedral para ayudar en la celebración de la consagración de los santos óleo y crisma, y de la renovación de las promesas sacerdotales. Faltaron sacerdotes (pues la distancia más el barro y el aislamiento hacían difícil la llegada), habían 4 diáconos y un acólito (servidor). Gran parte de los sacerdotes tenían los zapatos embarrados, unos más que otros. Me encontré con el P. Mario (otro Jeremías igual de sensible que yo), a quien vi algo conmovido. Le hice notar lo consolador que fue el video que vi anoche en el que daba un mensaje de esperanza tras esta catástrofe, un mensaje en que noté mucho cariño en sus palabras. Me dijo que lo habían entrevistado después de la liturgia penitencial que tuvo en su parroquia.
Mi sorpresa fue grande al ver entre los sacerdotes a uno que estaba de paso: el P. Mariano Puga, un cura obrero muy conocido en todo Chile, especialmente por oponerse radicalmente a la violencia en el tiempo del Gobierno Militar de Pinochet, y ahora en Chiloé. Nunca pensé que conocería al sacerdote que mientras echaba a los manifestantes durante la misa de San Juan Pablo II en su visita a Chile, le llegó un piedrazo que no lo acobardó siquiera un poco, aunque su alba blanca se tiñó de rojo con su sangre. Es un sacerdote "progresista" en muchos temas de la Iglesia, casi rupturista, pero nunca oculté mi admiración por su opción y entrega radicales a Dios y Su Pueblo. Le busqué un alba y una estola con ayuda de un amigo, mientras notaba que estaba de sandalias sin calcetines, y con un dedo del pie vendado, pues se había lastimado al ayudar y se lavó y vendó para desinfectar la herida del barro.
Antes de comenzar, abundaba el buen humor en el clero. Esperanza y fe a pesar del dolor de las muertes y pérdidas del Pueblo de Dios en Atacama. Y esto ayudó un poco a subir el ánimo. Fue una misa sobria, más no escaseó la solemnidad, habían pocas personas pero con toda la fe. La homilía del obispo, fue dirigida a sus sacerdotes: ubicándose en el ambón, se puso de lado, ladeando el micrófono. Y con la ternura de un padre y el mandato de un general, pidió más que nunca al clero consolar y ayudar a ser los cireneos para las personas que en este momentos llevan cruces cada vez más pesadas, y no dejar de pensar en las personas en todo momento. Eso es lo que significa ser sacerdote: cuidar de su gente, acompañarla, alentarla, escucharla, responder siempre cuando Dios llama, incluso cuando se está cansado o cuando se cree que los innumerables defectos eclipsan a un siervo. Hombres imperfectos, seres no angélicos, seres mortales, conscientes de su imperfección y finitud, que reciben el mandato de anunciar y denunciar, absolver pecados, obedecer al mandato de renovar cada día el memorial de Cristo, y derramando si sangre si fuera necesario.
Al acompañar al P. Mariano a quitarse los ornamentos, me preguntó si era seminarista (siempre me preguntan eso XD) y le contesté que solo soy acólito. Y de ahí es cuando me mira a los ojos y me dice una frase que espero no olvidar: "Cuando estás sirviendo a Cristo en el Altar, estás sirviendo a los pobres". Quedé impactado, por lo que agregó que Cristo Eucaristía es el mismo Cristo pobre y sufriente: "Cada vez que hicieron esto con alguno de estos mis hermanos, a Mí me lo hicieron" (como dice la parábola del Juicio de las Naciones).
Me invitaron a almorzar en el Obispado, pero no quise hacerlo, pues deseaba almorzar en casa. Por lo general, siempre acepto la invitación de comer allí, aunque esta vez decliné, soportando un poco el hambre durante el camino como una pequeña forma de ofrecer mi pobre vida a Cristo, ahora sufriente en quienes veía en los albergues y en las calles haciendo cola. De regreso a casa, caminaba pensando como podía encontrar a Dios en medio del barro y la inmundicia, pensamientos propios de un retiro... aunque luego comprendí que todos hemos vivido esta Eucaristía dentro y fuera del templo, consciente e inconscientemente: compartiendo todos juntos la Pasión de Cristo en cada una de nuestras vidas, viviéndola en la misma sintonía, en unidad.
Y vaya que no es fácil ser cristiano, pues implica estar a prueba de todo. Y esta vez no estaba preparado para un aluvión, aunque sí para un hipotético apocalipsis zombie. Y parecía estar en un apocalipsis camino a la Catedral al corroborar el coplapso de la ciudad tras el desastre: una mezcla de "Children of men" (la polución en las calles), "Battle Royale" (en el que cada uno se las arregla, abandonando todo índice de bondad y solidaridad), "Resident Evil" y "Highschool of the dead" (ambas, historias distintas del apolipsis zombie pero vividas de igual manera el mal manejo de las autoridades y la histeria colectiva).
Si esto realmente fuera el apocalipsis, además del miedo humano, también me alegraría y me llenaría de esperanza... pues el Libro de Apocalipsis conserva el frescor de la esperanza cristiana a pesar de las adversidades. Es decir, tiene el mejor de los finales felices.
El video corresponde al mensaje del P. Mario, desde Vallenar. Personalmente, le quitaría la música de fondo. La música corresponde a la banda sonora de "La lista de Schindler" compuesta por John Williams. Es una obra musical que prefiero hacerle el quite, pues la temática de la película trata del Holocausto (una de las mayores verguenzas de la humanidad), algo que me parte el corazón inconsolablemente por los extremos a los que podemos llegar al ceder a la maldad. Sin embargo, la esperanza alumbra hasta extinguir la sombra de la maldad y el terror.
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