En esta película que algunos ya no quieren ver por ser muy fuerte y violenta, quisiera compartir los pensamientos que tengo en torno a algunas escenas, tomando en cuenta que es bastante realista y muy fiel al relato de este magno acontecimiento.
Hay quienes me dicen que si soy tan sensible, que no debería ver esa película. No la veo por masoquismo, sino por recordar esa historia de amor, amor hasta el extremo, superando cualquier amor de telenovela, para no olvidarme que sufrió mucho por cada uno de nosotros.
A modo de introducción, comparto las acertadas palabras de Mel Gibson sobre su película, palabras que me identificaron pues antes de "La Pasión" no sabía o me imaginaba cuán cruento debió ser el sufrimiento de Jesús: "No hay nada de violencia gratuita en esta película. Creo que un menor de doce años no debería verla, a no ser que sea muy maduro. Es bastante fuerte. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: «¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron a un madero», pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan realmente? En mi niñez, no me daba cuenta de lo que esto implicaba. No comprendía lo duro que era. El profundo horror de lo que Él sufrió por nuestra redención realmente no me impactaba. Entender lo que sufrió, incluso a un nivel humano, me hace sentir no sólo compasión, sino también me hace sentirme en deuda: yo quiero compensarle por la inmensidad de su sacrificio". Y si mis buenas obras o mi servicio no son suficientes para mostrar mi gratitud, entonces que tome mi corazón y todas mis lágrimas que he derramado por Su Pasión.
Inicia todo este camino de dolor con la oración en el Huerto de Getsemaní. En nuestros huertos, cuando nadie nos vemos, lloramos y suplicamos que esto que tememos no suceda (como la muerte de alguien que sabemos que morirá pronto), pero insistiendo siempre en cumplir lo que Dios nos pide. Y lo dejamos solo, porque nos da sueño o porque también sufrimos y le hacemos el quite, mientras que alguien que se hace llamar tu amigo, a escondidas te traiciona y solo por unas 30 monedas de plata (puede ser el precio que sea), pero siempre terminamos por aprovecharnos de alguien para obtener algo. Jesús, insiste aún más en su oración en medio de su agonía, y sin importar que esa angustia sea tan grande que su piel se vuelva fina hasta que sude sangre (es un hecho clínico con episodios de angustia gigantesca), sigue insistiendo en su oración. Y ora, repitiendo las mismas palabras.
Y Jesús, volviéndose a nosotros, nos reprocha cuando no le acompañamos y le dejamos solo. Pero se vuelve a orar repitiendo lo mismo. Y aparece un ángel, no para confortarle, sino que es el ángel caído, Lucifer. En su ambigüedad se nos presenta como una figura andrógina, y atormenta con sucesos humanos que esto no puede ser posible. Ante la fanfarronería del Maligno, Jesús se postra en el suelo (en la tradición judía, el mayor gesto de humillación ante Dios) y sigue orando, mientras Lucifer con la piel fría de una víbora lo acosa. Ya confortado, lo confirma con el pisotón sobre su cabeza, ya nos "cuenta el final de lo que pasará", como la promesa de Dios ante la desobediencia de Adán y Eva: Ella te morderá el talón, y tú pisarás su cabeza.
Ya saliendo al encuentro de la guardia del Templo, encabezados por Judas, los discípulos no pueden creer la traición. Y Judas queriendo echarse atrás, Jesús insiste que lo haga. Y con un beso traidor, lo entrega. Así como con una mano abrazamos, con otra lo apuñalamos. Del "Hossana" pasamos al "Crucifícalo". Los guardias cumpliendo la orden de buscar a un forajido, no dudan en luchar contra los discípulos que quieren defenderlo sin éxito. Sin embargo, Pedro corta la oreja de uno de los guardias, de Malco. Y ni siquiera en momentos como este, Jesús sigue mostrando su amor, agachándose para curar su oreja, indicándole a Pedro que guarde la espada. Y se pone de pie, y Malco lo mira. Buscaba a un delincuente, y terminó por encontrarse con el hombre más bueno y el más santo, con Dios Encarnado. Y se queda meditando en medio del silencio, cuando los guardias se llevan arrestado a Jesús.
Según una antigua oración judía, las dos Marías se dicen de la noche que es tan distinta a las demás, pues porque antes eran esclavas y ahora son libres. Y Jesús, como el nuevo Moisés, ya no nos salva de la esclavitud de Egipto, sino del pecado.
Los guardias se llevan a Jesús a ser juzgado en el templo. En todo el camino, ha sido humillado y golpeado. Y para no aburrirnos, osamos burlarnos o contando chismes de alguien. En medio de la noche, mientras nadie nos ve al estar a oscuras, actuamos y hacemos el mal conscientemente, tranquilos, pensando que Dios no nos ve. Y en la noche, se inicia el absurdo juicio a Jesús ante el Sanedrín, sin importar que falten algunos miembros del consejo.
En el flashback que nos lleva, Jesús recordaba cuando fabricaba un comedor para un rico, mientras miraba a un carpintero con la mirada triste construyendo una cruz para un condenado que ya conocía, tal vez ya había escuchado sus palabras. Un Jesús que en el taller de su casa, mientras María estaba en la cocina, se nos muestra como el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. El verdadero Dios que se hizo hombre, hombre que no solo toma nuestros dolores y limitaciones, sino también nuestras alegrías. Y lo vemos hambriento, sonriente y bromista. Una imagen de Dios a quien no estamos acostumbrados a verlo sonreír, bromeando o besando a su mamá. Está bien hacerle lugares especiales en nuestras casas para Dios, pero ojala no en lugares poco accesible para no estar lejos de Él para sentirlo más nuestro, más íntimo, más cercano.
María sabía que esto pasaría algún día y viendo que esto ya está sucediendo, obedece a Dios con un "Amén", palabra hebrea que significa "Que así sea", mientras la esposa de Pilato, una mujer con otras creencias pero justa, ya sufría en sueños por la muerte de un inocente. Y en ocasiones las personas honestas de otras creencias, son más cercanas a Dios que alguien que participa en el culto, aunque no tengan conciencia de ello. Y con los falsos testigos que deforman y tergiversan los dichos de nuestros pastores, Jesús es calumniado. Y antes quienes dicen la verdad, con Jesús son silenciados con violencia, como aquellos cristianos coptos asesinados por Estado Islámico. Lo mismo sucede con quienes solo buscan la justicia con honestidad y defendiendo los derechos humanos con objetividad, como José de Arimatea y Nicodemo, maestros de la ley que intentaron defender a Jesús desde sus posiciones pero fueron expulsados de este juicio injusto por querer buscar justicia. Los que defienden a los cristianos perseguidos, los que denuncian la corrupción de las autoridades y las falencias de sistemas económicos incapaces, son amenazados de muerte o silenciados. Y Nicodemo denuncia en vano esta farsa, mientras es expulsado.
Y para poner fin a esto, Caifás pregunta si Jesús realmente es el Hijo de Dios, y Él lo afirma con un "Yo Soy" (el nombre con el que se dio a conocer a Moisés). Y por la indignación al no querer ver que el hombre ante sus ojos es Dios encarnado, Caifás lo cree mentiroso y ante esa afirmación considerada blasfema, se rasga escandalizado las vestiduras. La verdad escandaliza, duele, pero más debería escandalizar las mentiras, las infidelidades, la corrupción, la maldad, los abortos, las violaciones a los derechos humanos. En esa condena a muerte (autoproclamarse Dios era considerada una grandísima blasfemia penada con la muerte) con la que Jesús tuvo el más más injusto de los juicios, fue despreciado con escupitajos y golpes y burlas con tantas víctimas inocentes y personas que aún esperan una justicia en manos de la incompetencia. Pedro no lo defendió como afirmó con fiereza, sino que se acobardó, llorando amargamente. Llorar con vergüenza al ver esa dulce mirada que me fulminó, recordándome sin reproche alguno lo que me dijo anteriormente, sintiéndome el peor de los seguidores de Jesús, el más indigno y sucio, que después de negarlo quiero gritar a todo pulmón que soy el discípulo del hombre más bueno y más santo, el discípulo del hermoso Dios encarnado. Ser su discípulo, algo que no merezco y por eso limpio mi indignidad con mis lágrimas. Y como cualquiera que sabe que hizo algo malo, recorre a su mamá, a María, diciéndole que no es digno porque lo negó. Y María, en plena sintonía con Jesús, buscándose.
Después de arrojar el dinero de sangre a los pies del Sanedrín, Judas fue acosado por los demonios que se presentaron como niños, acosándolo hasta la locura y provocar su suicidio. Y tras la cuerda que lo ahorcó, se rompió, cayó el cadáver del traidor al fondo, y su cuerpo al caer reventó hasta asomar una gran putrefacción. Si tan solo hubiera creído que Dios te hubiera perdonado, si hubieras hecho como Pedro, llorar pero recordar que Él es el Dios del Amor, tal vez tu final hubiera sido distinto. Lástima que esto terminó así.
Los judíos llevaron ante Jesús como un criminal que amenazaba sus intereses y el pueblo que 5 días antes lo vitoreaba a coro cantando "Hossana", cambió su canto por el "¡Fuera con ese! ¡Muera! ¡Crucifícalo!". Y Pilato, que sabía la corrupción del clero judío, lo interrogó. Jesús, a pesar de todo esto, no tenía deseos de hablar, pero afirmó ser un Rey que no buscaba tener soldados ni castillos ni armamentos ni control alguno, sino amar a todos y estar en todos. Y Pilato preguntando que era la verdad, no supo ver que la Verdad estaba ante sus ojos. Como muchos de nosotros, no queremos ver o estamos ciegos para ver a Jesús. Y como le decía su comprensiva esposa, no basta que alguien te lo diga, sino que tú la escuches y la aceptes en tu vida para liberarte del tormento de estar acorralado entre Roma y las amenazas de chantaje del Sanedrín.
Y como era obvio, no lo encontró culpable, pero ordenó que por jurisdicción sea llevado a Herodes. A un reyezuelo como ese (era rey, pero realmente mandaba el César), Jesús le dedicó el más absoluto silencio, el silencio propio del espacio exterior. Y calla ante quien quería ver espectáculo y magia, pues no piensa ser un "dios a la medida", como quienes afirman ser "creyentes a su manera". Y al no poder tenerlo a su alcance, lo desprecian.
Ya de vuelta, Herodes tampoco lo encontró culpable. Y exigiendo la libertad de Barrabás, un peligroso delincuente, exigen la muerte del Inocente. Y así el mundo permanece "patas arriba": rechazamos lo bueno y perdurable, queremos lo malo y pasajero. Es como cuando queremos como pareja a la persona que nos hace mal y a la persona que nos quiere para bien le decimos que la queremos como amistad.
Y Jesús fue azotado bajo la orden de quedar con vida para evitar la orden de crucifixión, pensando que quedando en mal estado, la gente se apiadaría. Y entre las groserías vulgares y bromas sádicas del vulgo romano usando uniformes militares, Jesús recibe los azotes poniendo su mirada en Dios. Y con aquellos que sufren cada día en el Medio Oriente por su fe cristiana y con los damnificados de nuestra tierra, Jesús fue azotado más de 39 veces (era el número de azotes según la ley romana). Y levantándose Jesús para continuar fiel a la voluntad de Dios, los soldados se asombran pero para continuar su sed de sadismo, cambiando las varillas por el falgrum (látigos de una manilla que terminaba con tiras con punta de metal o hueso que terminaban desgarrando su carne). Y María, serena aunque triste, sufre silenciosamente guardando esto en su corazón, aceptando la dura voluntad de Dios cuando nos cuesta aceptar las cosas dolorosas y las cosas que no sabemos que respuesta tienen: una enfermedad, un desastre, una muerte, una injusticia. Y hay quienes, como la esposa de Pilato con manteles (al parecer, fúnebres) para limpiar la sangre, nos ofrecen consuelo en el camino sin decirnos una sola palabra, pues no sabemos que decir.
A continuación, vemos a Lucifer sosteniendo en brazos a un grotesco bebé velludo con dientes. Lucifer solamente es el único que hace que lo tierno y bello se vuelva horroroso o despojándole del sentido: como unos niños (los demonios que se aparecieron a Judas) o la maternidad viendo a una madre con su hijo en brazos, y vemos en cambio una siniestra figura andrógina con ese grotesco bebé. Mientras la fealdad del pecado en el Anticristo que Lucifer sostiene con soberbia mientras azotan a Jesús, el flashback nos muestra a Él lavando los pies a sus discípulos. Esto es algo impensable, puesto que esto es trabajo de esclavos limpiar los pies de las personas, cosa que rara hacía un criado, sino que era un esclavo, y era por lo que Pedro no quería. Pero Jesús, nos dice que no se es cristiano si no servimos a los otros.
Y así, llevándose a un Jesús que ya era un trozo sanguinoliento con rastros de sangre en el suelo, el discípulo amado lloraba desconsolado mientras las dos Marías limpiaban la sangre. Una de las dos Marías, la Magdalena, recordaba que Jesús no solo la salvó de morir lapidada al ser sorprendida en adulterio y Jesús, invitándola a no pecar más, le devuelve su dignidad de mujer e hija de Dios, levantándola del suelo. El único hombre que desafiando el entorno machista, no tenía reparo alguno en encontrarse a solas con una mujer o hablar con ellas con suma cortesía. Jesús, el hombre que mira a la mujer no por encima del hombro sino completamente, el Dios que la redime y sale a su encuentro. Es lo que sucede cuando nos sentimos perdonados, nos volvemos a sentir hijos de Dios.
Y los soldados romanos, burlándose y haciendo parodia de su dignidad, ridiculizan los derechos humanos y profanan los templos, cosas y personas sagradas, y solo por diversión matan, torturan y violan. Y coronando con humillación su cabeza, más de 50 espinas de aquella vulgar corona se clavan en su bendita cabeza. Y Pilato, señalando a la multitud al Hombre herido, muestra las miserias que debimos merecer. Y la gente, impasible, exige su muerte. Y haciendo todo lo posible por evitar su crucifixión, es amenazado por el clero judío, viendo los enfrentamientos entre soldados y ciudadanos judíos. Y defendiendo ambos intereses, por cobardía, lava sus manos en agua pero continúan manchadas de sangre inocentes, mientras Jesús se lava las manos según el rito judío de purificación al celebrar la cena de Pascua. Y así marca el baño de sangre a la multitud a lo largo de los siglos.
Y Jesús, con dos delincuentes y el centurión a la cabeza, cargan su cruz, comenzando así el primer Via Crucis de la historia. Y abrazando la cruz, signo de la victoria sobre el mal, inicia el camino de la cruz en medio de insultos, latigazos y piedrazos, recordando como fue vitoreado hace 5 días en el primer Domingo de Ramos al llegar a Jerusalén. Y María, tiene su enfrentamiento cara a cara con Lucifer, hasta obtener la fuerza para querer encontrarse con Jesús. Y Él, cae por primera vez, como quienes ya no dan más y caen desmayados bajo el peso de sus cruces: nuestras parejas, nuestros hijos, enfermedades, un dolor aún no cicatrizado, alguien a quien no he podido perdonar.
Y en esta escena que aún no puedo superar sin llorar, María corre a encontrarse con su Hijo, para decirle: "Hijo, estoy aquí". Para una madre, un hijo por mayor que sea, siempre será "su niñito", y correrá a abrazarlo por si se cae o se equivoca alguna vez en la vida. Y pienso en tantas madres que sufren con la primera inyección de sus bebés y unen su llanto con el de ellos, o las veces que no pueden dormir cuando tienen fiebre en la madrugada, o aquellas madres solas que estudian y trabajan. Y Jesús, sacando fuerzas de su mamá, continúa su camino para hacer nuevas todas las cosas (como decía un salmo). Increíble como una mujer, aparentemente frágil, nos da mucha fuerza y valor. ¿Y dónde quedaron los hombres, los que dijeron que lo acompañarían? ¿Y quién es el sexo débil ahora? Mostrar la mínima señal de compasión hacia un condenado, podía ser condenado a muerte también. Y las únicas valientes que mostraron compasión por Jesús fueron las mujeres, y el único hombre presente con Jesús hasta Su Muerte fue el menor de los Doce, Juan.
Hasta que llegó el momento que Simón Cireneo fue obligado a cargar la cruz. No por compasión por el condenado, sino porque si se moría en el camino, el que estaba a cargo de la ejecución, "lo reemplazará" en la cruz. Y Jesús hace el camino casi desangrado. Y Pilato, aún piensa en lo que hizo. Y la cobardía aún sigue. El Cireneo, ayudándolo de mala gana, de pronto se compadece de Jesús y comprende que Él no ha hecho nada malo por lo que sale en su defensa. Y otra valiente mujer, anónimo, a quien llaman Verónica, se arriesga acercándole un paño para limpiar su rostro y reconociéndolo como Señor. Y viéndole a la cara, se encuentra con el rostro de Dios, como premio por su valentía y amor. Y no bastando, se lleva el rostro del hombre más hermoso ya impreso en ese lienzo ensangrentado convertido en reliquia.
Y ya habiendo conocido a Jesús, cuando se lleva la cruz ya es una carga compartida en la medida que lo aceptamos en nuestra vida y corazón, como tantos valientes que se atreven a ir a misa en los países con sistemas dictatoriales en que Jesucristo está prohibido y censurado. Y Jesús, volviendo a caer, nos pide ayuda, nos necesita para cumplir su voluntad, y nosotros le respondemos. Ya casi llegando al monte del Calvario, recordamos el amor a los enemigos en otro monte en el que dio su sermón. Y con el rostro de los corruptos pastores del pueblo judío, Jesús se nos presenta como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Ya libres del peso de la cruz, el Cireneo ya no quiere abandonarlo, por lo que llora cuando lo echan.
En ese tanto, Juan y las dos Marías, ya alcanzaron corriendo la cima del Calvario. Al levantarse con dificultad, antes de ser crucificado, nos recuerda el pan antes de ser consagrado en esa primera misa de la Última Cena. Nuestras heridas se reabren al desgarrar violentamente las ropas pegadas a la sangre seca de su cuerpo tras haberse levantado, desnudo, pero cubriendo nuestras vergüenzas y acercándose a la cruz.
Jesús, siendo atado a la cruz, ya se nos recuerda que Jesús se irá pero no para abandonarnos. Y con su crucifixión, nos enseña a amar a todos, incondicionalmente, mostrándose como el único camino que seguir, la única verdad que creer y la única vida que vivir. Y hasta el extremo de ser desgarrado de un brazo, pide a Dios que nos perdone porque somos tan frágiles y no tenemos consciencia de nuestros errores, injusticias y fracasos, aún cuando nos creemos listos (aún no supero esta escena, con escuchar la música o recordar la escena, ya me dan ganas de llorar o se me hace el nudo en la garganta, como me pasó al hablar con un evangélico al hablar de Su Pasión y Muerte).
Y con las palabras de Jesús que recordamos en cada misa, las mismas palabras que pronunció en la Última Cena, Jesús es elevado en lo alto de la cruz para que lo veamos. Y Juan, quien estuvo en esa primera misa, la vive por segunda vez presenciando la elevación y mostrándonos el valor de la Eucaristía. Y con Su Sangre derramada en aquella cena, Juan mira sus heridas y con los rastros sangrantes de la cruz.
De los ladrones, uno no acepta el perdón de Dios, y el otro lo acepta. Y este último ladrón fue tan listo que hasta "le robó el Paraíso", convirtiéndose el primer santo canonizado de la Iglesia de Cristo... y canonizado por Él mismo, y no entre cantos de alabanzas, sino en medio de gritos de burlas e insultos. Y aún cuando ya se está a las puertas de la muerte, aún es tiempo para arrepentirse y pedir perdón.
Así, pasan las tres horas hasta hacerse oscuridad ("tenebrae factae sunt"), y los romanos se reparten las únicas pertenencias de Jesús: su ropa. Una grotesca repartición de la herencia mientras que en otro lado, Jesús reparte como herencia a María como nuestra mamá en la persona de Juan, y a ella le da a nosotros como hijos nuestros. Y así, los que se sienten huérfanos, ya tienen un Padre y una Madre en el Cielo. Si Judas hubiese querido, también la hubiera tenido por Madre. Jesús es acosado por la sed, al perder sangre bajo el sol propio de aquel lugar, le ofrecen vino avinagrado y no agua. Pero Él rehúsa beberlo, pues quiere estar en sus cabales, sufrir conscientemente. El vino amargo se usaba en los crucificados como una especie de anestesia y/o droga para disminuir el dolor y la consciencia de sufrimiento, razón por la que Jesús quiere sufrir conscientemente. Sin anestesia alguna, quiere entregarse hasta el porcentaje infinito (sería poco decir 100%).
Con ese "Elí elí lama sabactaní", Dios se siente tan desamparado como Su Hijo, mirándose a un espejo, como si Dios no existiera. El dilema para algunos de tu supuesta no existencia, muchos enfrentan con un pseudo racionalismo y pragmatismo ideológico. La muerte en la cruz es escándalo e incomoda hasta el día de hoy, pero no hay que temer a su amor y sacrificio. Jesús lo da todo, y los conversos lo reconocen.
Ya desnudado de toda dignidad, Jesús muere... y Dios llora, dejando ver su dolor con un potente terremoto. Y para que los crucificados no lo presencien, les rompen las piernas, pues con el peso del cuerpo, así era la manera más rápida de matarlos asfixiados. Y como Jesús ya había muerto no había necesidad de romperle las piernas por lo que lo rematan con una lanza, y de esta herida brota sangre y agua. Ambos, centurión y soldado de la lanza, ya lo reconocen como Dios y Señor, y los soldados huyen temerosos. El Templo ha sido desgarrado en su construcción y también el velo que cubre el exclusivo cuarto del "Santo de los Santos", pues Dios lo desgarra para salir a encontrarse con la humanidad ya redimida y con la urgencia de abolir el pensamiento clericalista y legalista, y Lucifer chilla lleno de odio y muerte en su soledad, sabiéndose derrotado por la humildad y el amor infinito.
María, ya con el cuerpo muerto de Su Hijo, lo carga en brazos, así como la hemos visto cargar en brazos a Jesús Niño. Pensando en las madres que han perdido a su hijos en accidentes, asesinatos, en la guerra o por los hijos que no pudieron nacer por el aborto. Ya con clavos y la corona de espinas ensangrentados en un rincón aparte, nuestras faltas ya se quedaron vencidas en la cruz. María nos mira a la pantalla, a los ojos, triste pero no desconsolada, como quien espera que suceda algo, es como si nos dijera: Mira, mi Hijo lo hizo por ti, porque te ama y lo hizo para salvarte.
Vemos una escena breve pero luminosa de la resurrección pues no sabemos como ocurrió, pero lo vemos abrir sus ojos, completamente ileso, solo con las Heridas del Amor: las marcas de sus clavos. Y en medio del dolor, es posible mostrar amor y ternura. E incluso en una catástrofe como esta, es posible la esperanza de reconstruir y limpiar nuestra ciudad. Y Jesús muere y resucita en medio del charco mal oliente de nuestras calles. Jesús no nos respondió porque debemos morir, sino que la resolvió con su muerte. De alguna manera, el gozo llega después del sufrimiento, sea cual sea. Si Jesús murió en el más absoluto de los fracasos y resucitó triunfante y glorioso para no morir nunca más, con mayor razón Jesús compartirá con nosotros el dolor y también la alegría de la resurrección.
Ahora que es Sábado Santo, en el silencio del luto por la muerte de la Vida, no nos quedamos sin hacer nada. Esperamos con María, acompañándola en su dolor, en silencio. Esperamos la promesa que dijo en una discusión con unos fariseos: "Destruyan este templo, y en tres días lo reconstruiré".