Después de las lluvias, que no teníamos desde hace tiempo, llovió tanto que hubo aluvión y arrasó con todo: ciudades, poblados, calles, casas, personas, animales, etc. El flujo acuoso inmisericordemente no perdonaba, solo arrasaba con todo a su paso, desde las alturas de El Salvador hasta la costa de Chañaral. Insaciable hasta el final.
Al menos, en donde vivo no se metió el agua, pero las calles cercanas quedaron con barro, tanto así que costaba caminar y no podías levantar un pie. Así perdí mis dos pares de sandalias. Ahora hay polvo después que se seca el barro.
Ese domingo de ramos inicié un éxodo personal hasta la Catedral, caminando por una calle seca pero polvorienta, con las botas de agua. Locomoción no había, porque había barro en el centro. Antes de llegar, alguien me llevó amablemente hasta la Catedral. Ingresé descalzo al templo, guardando mis botas en una bolsa, cambiando mis pantalones cortos por unos largos, me calcé otros zapatos, y me revestí con la sotana negra para luego vestir la sobrepelliz para ayudar en la celebración del Domingo de Ramos.
Si bien no falló el coro, la guitarra, y los fieles, no hubo procesión por las calles ni dentro del templo, solamente con los ramos en las manos. Nadie los agitó tampoco, y tampoco se leyó el largo texto de la Pasión. Había coro, pero se vivía como si fuera la Hora Santa del Viernes Santo (día sin coro, ni música, ni señal de la cruz, ni cirios encendidos, ni flores, ni manteles en el altar, un día de duelo).
El salmo 21, en el que nunca me faltan las ganas de llorar cuando escucho el estribillo "Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?" me taladraba fuertemente el corazón. Pensé en aquellas personas que lo han perdido todo, en aquellas que han sufrido la pérdida de sus seres queridos, en quienes se han inundado de agua y lodo, en los cadáveres que se encontraban y en los que esperaban ser encontrados, pensaba en una ciudad completamente irreconocible. Una ciudad que de la noche a la mañana lucía como un campo de batalla de la II Guerra Mundial: personas embarradas caminando descalzas por la calle, vehículos y negocios abandonados, tiendas cerradas, militares vigilando en las calles y paseando, helicópteros que no cesaban de rondar los cielos de la ciudad, perros que buscaban algo de comida en medio de la inmundicia y la miseria, etc. Cristo presente en las calles de una ciudad en catástrofe, pobre Cristo que prefirió ser desamparado por su Padre de los Cielos para que no sufriéramos el desamparo del mismo Padre que sufrió aceptar el desamparo de Su Hijo, casi clamando a un Dios ausente como si no existiera. Si Dios se sintió tan desamparado al sentir el abandono de Su Hijo, realmente no nos ha abandonado, tal como dice los versos finales del mismo salmo. La contradicción de sentirse abandonado por Dios y al mismo tiempo, expresar su confianza en Él, son las dos caras de una misma moneda. Por esta razón, Cristo recitó este salmo, comenzando con su inicial "Elí, Elí, lama sabactaní".
La homilía del Obispo fue el llamado a ser otro Cireneo para Cristo en medio de las calles, siendo el consuelo y el aliento para quienes nos necesitan, así también como compartir su experiencia al visitar las localidades afectadas por las lluvias y el posterior aluvión. La celebración continuó con mucha sobriedad y sosiego. El silencio de la Adoración a Cristo Cordero de Dios ya inmolado por Cristo mismo en las manos de su siervo en el Altar que también es Cristo, era de un silencio de tal manera que solo se escuchaba la campanilla casi como si anunciara un duelo, mientras ese silencio sacro era interrumpido a lo lejos por los helicópteros sin rasgar la sacralidad de aquel memorial incruento y siempre nuevo que traspasa los siglos y fronteras de todo tipo.
El obispo pensaba que tal vez no tendría diáconos ni acólitos que lo asistieran por lo que amablemente agradeció la presencia de cada uno al final de la celebración ya en la intimidad de la sacristía, después de un breve momento con un periodista de El Mercurio, para luego viajar a otra localidad afectada.
De vuelta a casa, mientras otro chofer me transportó en una calle apta para caminar, caminaba intentando ignorar la sed y el polvo. Pensaba que ya le habíamos hecho bastante daño a nuestro hogar, que tarde o temprano el río "despertaría" por muy seco que estuviera. Una mala comprensión de lo que significa realmente el progreso ha llevado a que nos purifiquemos no solo con agua sino también con penitencia. Y realmente, esta negligencia nuestra en construir y desafiar a la naturaleza hace que como en otro tiempo, entonemos el salmo 50 ("Ten piedad de mí, Dios mío") con ropas en mal estado y nuestras cabezas cubiertas con ceniza: desde el niño más pequeño hasta la persona con mayor autoridad en la localidad.
Y esta, será una Semana Santa muy especial. Si hubiera sabido que esto pasaría, me hubiera preparado más, pues extraño a mis seres queridos (a mi querida amiga y a mis amigos), quiero decirles que los quiero, que los extraño, que quiero sentir su presencia, que quisiera un abrazo... pero tal vez Dios quisiera decirnos otra cosa, y tal vez no me las quiso decir en un retiro apartado en un monasterio casi en las afueras de la ciudad como yo quería. Pero bueno, Oseas dijo que "los caminos de Dios son rectos, y por ellos andarán los justos".
Aprovecho de compartir una obra de Tomás Luis de Victoria llamada "Lamentaciones del Profeta Jeremías". De aquel profeta conocido como "el profeta de los lamentos" o "el profeta llorón" por los anuncios de la destrucción de Jerusalén cargados de mucha emotividad al sufrir por su pueblo que no se convertía a pesar de las advertencias de Dios, de sus textos se han compuesto obras sacras que antiguamente se interpretaban durante el antiquísimo Oficio de Tinieblas en Semana Santa. Se usaba un candelabro enorme llamado Tenebrario, se apagaban las velas una por una después de cada canto, indicando que a Jesús lo estaban abandonando uno por uno: los 11 apóstoles (no se contaba a Judas Iscariote), María Salomé, María de Cleofás, María Magdalena y la Virgen María (una vela en el sitio más alto) por lo que no se apagaba sino que se ocultaba, a modo de la espera de la resurrección de Cristo.
Y para este himno, nos hace falta un mea culpa colectivo por nuestra indiferencia, indolencia y negligencia (por no cuidar nuestro entorno, por cobrar por servicios que se supone son para reconstruir nuestra ciudad, y por la injusticia de subir los precios y vivir a costa del prójimo, robando a los pobres).
Y este servidor, como un Jeremías sensible y emotivo, escribiendo una vivencia casi lamento y aunque no se note, con la confianza puesta en Dios.
Lamentaciones del Profeta Jeremías (Tomás Luis de Victoria).
Lectio Prima.
Comienzo de las lamentaciones
del profeta Jeremías.
Aleph.
¡Qué solitaria está la ciudad antes populosa!
Se ha quedado como una viuda
la grande entre las naciones,
la princesa de las provincias
se ha hecho tributaria.
Beth.
Pasa la noche entera llorando,
las lágrimas le corren por las mejillas.
Jerusalén, Jerusalén,
vuélvete hacia el Señor tu Dios.
del profeta Jeremías.
Aleph.
¡Qué solitaria está la ciudad antes populosa!
Se ha quedado como una viuda
la grande entre las naciones,
la princesa de las provincias
se ha hecho tributaria.
Beth.
Pasa la noche entera llorando,
las lágrimas le corren por las mejillas.
Jerusalén, Jerusalén,
vuélvete hacia el Señor tu Dios.
(Lamentaciones 1, 1-2)