Es complicada la situación de la Diócesis de Osorno respecto al nombramiento que han recibido de monseñor Juan Barros como su nuevo obispo, otrora Obispo Castrense de Chile. Uno puede decir fácilmente, a la ligera, que se trata de rebeldía de los consagrados, feligreses y agentes pastorales. Sin embargo, cuando se trata de alguien que fue testigo directo y actuó contra otros (y hablo de alguien involucrado en el caso Karadima, acusado de ser el 'soplón' y encubridor de los abusos del ex párroco de El Bosque, eliminar cartas comprometedoras y lo que es más grave, incluso besarse y tocarse con el propio Karadima), uno no puede decir que se trata de un candidato idóneo. O al menos, es lo que señala el CIC (Código de Derecho Canónico) en su canon 378 apartado 1 sobre los requisitos para la elección de candidatos para el episcopado. Y si de lo que se le acusa (más de uno lo han hecho contra él, además de Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de Karadima) es de acciones que están lejos de tener celo por las almas, prudencia, buenas costumbres, buena fama y/o virtudes humanas, no se podría considerar a alguien apto para pastorear una diócesis.
He leído hace 2 o 3 años el libro "Karadima, El Señor de los Infierno" y estaba muy lejos de ser un libro populista o que quiera vender, sino que de verdad es una verdadera investigación seria que denuncia a este mal sacerdote. Lo leía, aunque a veces "el estómago no me acompañaba" (aunque otras veces sí), por lo truculento del caso.
Como dije, uno puede decir que esto no es más rebeldía hacia el nuevo obispo, pero si es de conocimiento público su accionar (basta con consultar el mencionado texto, investigaciones o los reportes periodísticos realmente serios y no eclesiofóbicos y populistas), yo también me uniría a los 30 consagrados y fieles han firmado una carta para el Nuncio para pedir la revocación del nombramiento (y no se trata de enjuiciar a la persona, sino de manifestar disconformidad y desconcierto con este nombramiento).
Es más, cuando me desayuné con la noticia, me extrañó muchísimo su nombramiento y supuse que la disconformidad se haría notar tarde o temprano. Y así fue.
Y no, no estoy perdiendo la fe en la Iglesia que amo. Al contrario, deseo lo mejor para ella y quisiera permanecer en ella hasta mi muerte. Si veo que hay algo que no corresponde con los valores del Evangelio, uno tiene el deber de hacerlo notar (eso sí, con el respeto y con las normativas correspondientes) a la persona competente para ello. Y yo, como cristiano y como joven, tampoco me ha hecho gracia el nombramiento para la diócesis hermana de Osorno. Y para la Iglesia, uno ya no se puede hacer 'el de las chacras' sobre esta situación dolorosa y nueva que es el abuso sexual en la Iglesia, ya no se puede 'andar con chiquitas': esto ya ocurre. La presencia del pecado nos acompaña desde los inicios y hemos pedido perdón, pero es tan escandaloso que ya generó una crisis de credibilidad e insolencia en otros, que hemos llegado al extremo de quedar como "mentirosos" y "vendedores de pomada".
Es muy doloroso y nos afecta, pero desde que comenzó esto en EEUU a inicios del siglo XXI con el caso Geoghan y la incompetencia del Cardenal Law (quien fuera regañado este último por el Papa Francisco al día siguiente de su elección), han emergido más casos, especialmente el del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, del que su propia congregación ya se ha desvinculado de su fundador (en ella hay sacerdotes buenos que se santifican continuamente y son un ejemplo de vida, al contrario de su fundador). Y uno como cristiano ya no podemos ser receptores pasivos, pues nos involucran como Iglesia, y este nuevo Via Crucis es un camino doloroso que debemos recorrer con toda la humillación, rabia, vergüenza y pena que implica: Conocer y aceptar este escándalo de algunos sacerdotes abusadores y prelados incompetentes para enfrentarlos que han fallado al Pueblo de Dios; asumir que la confianza se ha roto en nuestro interior, es sentir en carne propia la humillación de sentirse poco creíble ante los otros, del que se requiere una gran humildad pero sin perder la esperanza de caminar hacia la verdad, buscar la verdad, y mostrar a los otros la verdad que anhelamos; y caminar en la verdad para reparar y reconstruir la confianza perdida, sin ofensiva ni defensiva alguna, dejarse corregir por la sociedad (aún más difícil de sobrellevar), y se trata de una carta de presentación que nos muestra como vulnerables pero asumida en la búsqueda de caminos y la reparación con miras a la verdad, para prevenirlas a futuro.
Es difícil mantener una actitud de humildad de ser corregidos por la sociedad, pero se hace necesaria para este camino de purificación y corrección de malas prácticas y protocolos adecuados y confiables, pero es en los momentos de crisis para recomenzar desde Cristo, el mismo que calmó el cielo y el mar en la barca mientras los Apóstoles pensaban que morirían al ver el ímpetu de la tormenta en alta mar, mientras recibieron un reproche al haberse calmado todo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Por qué no tienen fe?". Es una nueva forma de aprender a caminar en la fe, un trabajo de reconversión de las estructurales pastorales y del verdadero sentido de la reforma que nos decía la Madre Teresa de Calcuta: comenzar por cambiar uno mismo.
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