Desde los años de la Revolución Francesa, tristemente Francia expulsó a Dios de la sociedad, pensando ingenuamente que la religión es sinónimo de retroceso y considerarla un progreso cuando esta era rechazada. Y claro, los franceses aplaudieron esto y acto seguido, los bienes de la Iglesia en Francia fueron confiscados, los clérigos obligados a vestir de civil y a jurar lealtad a la República, bajo pena de muerte. Y con mártires como las carmelitas de Compiegne que han pasado por la guillotina, todos aplaudieron, sin importar si eran curas, monjas, obispos o laicos.
Napoleón Bonaparte atacó e invadió Roma, secuestró al Papa Pío VI tras denunciar los errores de la Revolución y muriendo en Francia, y con el regreso de sus restos mortales a Roma bajo permiso de Napoleón; su sucesor, Pío VII, también fue arrestado y puesto en prisión, aunque fue soltado después de 5 años en los que hubo fracasos militares para Napoleón. Y a estos arrestos, se les aplaudió en nombre de su revolución y república laicista.
Dios fue expulsado de Francia con la renuncia de sus raíces cristianas y aprobando desde el divorcio, hasta los "matrimonios" LGTB, la eutanasia, prohibiendo las clases de religión y todo distintivo religioso (desde la burka del Islam hasta los crucifijos de las aulas), y a esto se le aplaudió. Incluso no les importó que Femen profanara la emblemática Catedral de Notre Dame de París respondiendo así a la renuncia de Benedicto XVI.
La prensa y revistas como Charlie Hebdó insulta los sentimientos y sensibilidades religiosas de las personas, violando algo tan íntimo y sagrado como la libertad religiosa. Y no solo eso, sino pidiendo a gritos que se insulte y degrade la religión, sin importar el credo que sea. Y se les aplaudió.
Muchos franceses se sienten orgullosos de expulsar a Dios, pero con este triste ataque terrorista de parte de musulmanes extremistas, se dio algo de lo más inaudito: los extremistas atacaron a los otros extremistas. Ya nadie aplaude, sino que están llorando. Sin duda que fue un ataque de lo más despiadado, inhumano y reprochable desde cualquier punto de vista, porque toda vida humana se debe respetar.
Sin embargo, todo esto es producto de los errores del pasado. No, aquí no se trata de la venganza de Dios o el castigo del Ángel de la Muerte como antaño en Egipto, sino que cada error abre caminos para las consecuencias que se desencadenarán a largo plazo, y esto es el resultado de ello.
Uno no puede estar de acuerdo con muchas cosas, pero no puede ofender la sensibilidad del otro, ni mucho menos atacarlos, como ambos lo hicieron mutuamente. Ya saben, "ojo por ojo, y el mundo acabará ciego".
Se debe orar por las víctimas, por la conversión de Francia, por su pueblo, por los atacantes, por todos los extremistas, y por todos nosotros para no cometer los errores que Francia ha cometido en el pasado y evitar que paguen justos por pecadores. Ejemplo de ello es la soberbia de Faraón ante Dios y Moisés.
Con todo esto, no me uniré a todos los que se identifican en el nombre de su tan manoseada bandera de la "libertad de expresión" que supuestamente defienden con ofensas gratuitas (como lo hizo una revista argentina llamando "putazo" al Papa por mostrar su respeto hacia los homosexuales, añadiéndole a su imagen aros, los labios pintados y rubor en las mejillas). No diré "Je suis Charlie" (Yo soy Charlie), sino que también contestaré en francés pero con otra frase: "Je ne suis pas Charlie" (Yo no soy Charlie).
Finalizo diciendo que creo en la misericordia, y creó que Francia se redimirá algún día, aquel día en el que los crucifijos volverán a las aulas, aquel día en el que Cristo expulse de sus templos y catedrales a quienes convirtieron sus iglesias en bares, bibliotecas y centros de juegos.
P.D.: La obra que escuchaba mientras escribía es el "Salve Regina" en latín, que pone fin a la ópera "Diálogo de Carmelitas" de Francis Poulenc (basado en el texto homónimo de Georges Bernanos) sobre el martirio de 16 monjas carmelitas de Compiegne (incluso una novicia) víctimas de la Revolución al negarse a renunciar a sus votos, mientras las voces callan una a una al sonido de la guillotina, con un dramatismo poco visto en obras musicales que a veces llevan a las lágrimas, especialmente en momentos como este.
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